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Immanuel Wilkins Quartet

Immanuel Wilkins Quartet

Immanuel Wilkins Quartet

Immanuel Wilkins (s), Micah Thomas (p), Tyrone Allen (b), Kweku Sumbry (d)

04

ABRIL, 2022

Immanuel Wilkins (s), Micah Thomas (p), Tyrone Allen (b), Kweku Sumbry (d) 

41º Festival de Jazz de Terrassa-19 de marzo de 2022

Texto: Enrique Turpin
Fotos: Valentín Suárez

Todavía sorprende el hecho de que echemos a correr para alcanzar un tiempo que parece que se nos escapa, cuando en verdad vivimos en él. Somos tiempo, no es simplemente que lo tengamos o no, sino que formamos parte de él, estamos en él y no existe modo de desligarse de su influjo. “En la música, el tiempo es cuestionable. Con ella se puede desafiar la noción de qué es el tiempo y cómo sientes el tiempo”, ha declarado Immanuel Wilkins (Filadelfia, 1998). Como decía Woody Allen a propósito de los ingredientes de la comedia, también nosotros somos una mezcla de tragedia —la de sabernos mortales— más tiempo. Así que el tiempo nos conforma y nos ofrece la sustancia para progresar en él y seguir siendo nosotros, a pesar de que se trate de un nosotros que cambia en cada latir del corazón y en cada inspiración.

 

 

Que estamos hechos de tiempo es algo que sabe perfectamente Wilkins protegido de Ambrose Akinmusire, y ambos abanderados de la escuela jazzística alumbrada por Jason Moran, uno de los grandes en la sombra. También el cuarteto que lidera desde su sorprendente debut con Omega (Blue Note, 2020), elegido por prestigiosas publicaciones como lo mejor que se ha escuchado en mucho tiempo. Y sin embargo, todavía no podía imaginarse que iba a llegar tan pronto su segundo largo, el portentoso The 7th Hand (Blue Note, 2022), que presentaba por primera vez por tierras españolas, colgando el cartel de ‘no hay entradas’ para uno de los conciertos más esperados del 41 Festival de Jazz de Terrassa, como también ocurriría la noche siguiente con la propuesta de Christian McBride y sus Inside Straight

El tiempo, eso que San Agustín sólo alcanzaba a definir siempre que no le preguntaran por él, es lo que el cuarteto neoyorquino maneja con imponente soltura y con insolente verbigracia, pese a su juventud. Después de que saxofonistas de la talla de Kamasi Washington o James Brandon Lewis hayan seguido trabajando en apuestas que reorientaban la tradición hacia caminos que hermanaban lo íntimo con lo colosal, parece que la propuesta de Immanuel Wilkins ha acertado a la hora de combinar los ingredientes personales con los colectivos, aquí entendidos como una sabia comunión entre la solvente escritura jazzística y las expectativas generadas en su audiencia potencial. Así pudo apreciarse esa noche en la Nova Jazz Cava, convertida una vez más en un templo profano donde invocar al panteón de deidades antiguas y futuras. A veces el nombre genera carácter, de ahí que Immanuel imagine su cometido asociado al mesías, al elegido, a ese ‘Dios está con nosotros’ al que responde la etimología del nombre con el que se conoce al saxofonista de Pensilvania afincado en Brooklyn.

Lo primero que se pudo apreciar nada más aparecer Wilkins fueron sus ganas de gustar, un ansia contenida pero ilusionada en tratar de hacer llegar su idea de lo que él entiende por jazz, que no es más que su idea de lo que entiende por música, que no es más que la idea que tiene de lo que significa para él expresar su mundo artístico mediante la gestación y expresión de sonidos. La música no es otra cosa, sólo que de la que participa Wilkins está trufada de tradición afroamericana de primer orden. Bebe sin remilgos tanto de la espiritualidad coltraniana como de la disposición parkeriana, en ambos casos con el mismo poder imaginativo y con formas que encuentran en Julian ‘Cannonball’ Adderley y en el último Charles Lloyd unas de sus referencias más cercanas y productivas. No parecía cómodo al inicio del concierto. Buscaba su espacio. Tímido sobre el escenario, entendía que debía dejar pasar los primeros compases para vertebrar su asalto a la Cava, a pesar de haberse labrado honores acompañando a Gretchen Parlato, Joel Ross, Wynton Marsalis, Gerald Clayton, Solange Knowles o el mismísimo Bod Dylan, entre otros músicos de renombre. Parapetado tras los atriles, con las hojas yendo y viniendo, el cuarteto —en esta ocasión sin el color que otorga la flautista Elena Pinderhugues a algunas de las partes de la suite The 7th Hand—, el cuarteto empezó a dar muestras de lo que se avecinaba con agigantadas lecturas de su primer largo, el aclamado Omega, casi recién salido de la Jiulliard.

Cayeron piezas combativas, próximas a las reivindicaciones del Black Lives Matter, como “Ferguson-An American Tradition”, que pronto darían la idea del lugar del que viene y al que se dirige Wilkins y su cuarteto, con un motorizado Kweku Sumbry a la batería que se atrevió incluso a cantar en algunos pasajes de raigambre africana (a él se debe la participación en el último disco del colectivo de percusionistas Farafina Kan Percussion Ensemble). Fueron cuarenta minutos en los que la música no hizo más que alzar el vuelo y servir de lienzo a las intervenciones de los cuatro músicos. Wilkins extrajo sonidos acuáticos de su saxo, propios de las florituras a las que nos tenía acostumbrados James Carter, pero sin caer en sus excesos. Dotadísimo con su instrumento, pronto se pudo apreciar que todos navegaban con rumbo firme, errando pero con la brújula afinada al norte, al objetivo que tenían en mente: asaltar los cielos, aunque esa noche fueran los del local, desde donde los miraba, imaginamos que con la misma admiración y entusiasmo que demostraba el auditorio, el gigante de Joe Henderson en forma de fotografía, desplegada en las alturas, haciendo honor a su estatura artística.

Lo de Immanuel Wilkins es pura fiereza estatuaria. Marca con una equis bajo sus pies el lugar desde el que desarrollar su andadura con el instrumento y se mantiene ahí durante largos pasajes improvisados, con algún paréntesis para beber agua —estos músicos jóvenes no dan muestras de coquetear con las drogas— o para limpiar gafas y frente de transpiraciones. Y sí, hubo sangre, sudor y lágrimas. La sangre por la calidez de la acogida y por el flujo ardiente de música, el sudor del trabajo tenso y aguerrido, las lágrimas por hacerse tan cortas las más de dos horas que duró el concierto de estos jóvenes de ambición bien medida. Traen consigo un concepto al que se aplican con esmero y pasión. Lo mejor de todo, que lo pasan de maravilla en el empeño, y el público con ellos, todo sea dicho. La primera mitad del concierto se movió entre algo de especulación conceptual pautada, bastante melodía mántrica gracias al fuego cruzado entre el pianista Micah Thomas y el saxo de Wilkins, al que luego se uniría el bajo hipnótico de Tyrone Allen, a falta de la precisión sensible del ausente Daryl Johns, otra de las sorpresas de este cuarteto de ensueño.

El segundo set marcó un cambio de estrategia, puesto que el grupo retiró los atriles, se recogieron el cabello, se deshicieron de las americanas y el verde le ganó la batalla en la iluminación al azul, con lo que la velada apuntaba a la esperanza, más si cabe tras el primer pase. Así fue. El lenguaje del bebop se apoderó de la sala y el respetable agradeció el gesto con vítores y salvas admirativas, porque ya se sabe que cuando se pisa terreno conocido, el espectáculo gana adeptos y reduce la tensión. Ya habría tiempo de tensar el ambiente al final del concierto, cuando los cuatro de Wilkins abordasen el final de la suit, con un Lift que convirtió la sala en lo que todo el mundo entiende que es el jazz cuando no lo han escuchado jamás atentamente, un ruido criminal al que siguen cuatro esnobs afectados que se sienten orgullosos en su ensimismamiento. Y, claro, no fue el caso. The 7th Hand convocó al mismo dios al que alude la lectura del título (la sexta mano sigue siendo humana, pero la séptima ya es divina). Lo humano se trastocó en divino, y fueron muchos los que vibraron con una suerte de rapto místico, mientras una copa de vino los anclaba a tierra para recordarles que seguían siendo mortales.

El concierto buscó la deriva hacia la parte central del último largo de Wilkins, con lo que cayeron composiciones meditativas como “Fugitive Ritual, Selah”, “Shadow” y “Witness”, donde se echó en falta la maestría de ese prodigioso bajista que es Daryl Johns. Habrá que preguntarle cómo lo pasó Tyrone Allen para defender con orgullo torero los quince minutos de improvisación que se marcó Wilkins en “Lighthouse”. Suerte de Kweku Sumbry, con quien tan bien se entiende el bravo saxofonista, a estas alturas ya despojado de la tensión inicial, pese a que jamás se olvidase de la discreción. Porque, habrá que decirlo ya, se trata de un líder que busca permeabilizarse con sus compañeros, no sólo imponerse gracias a sus dotes musicales. Hay amabilidad en sus gestos y todo fluye como en una familia bien avenida. Con el bis llegó el obligado solo de batería, hasta que el cuarteto enfiló el final como mejor logra expresarse, con esa medida tomada a los pasajes hipnóticos que lograron su propósito, a veces hirientes, por momentos catárticos, pero siempre sensibles: hacer que el público comulgase con el proyecto de Immanuel Wilkins. Sólo faltó que alguno de los presentes gritase “Aleluya”, tras dos horas de jugar con el tiempo, dilatarlo, comprimirlo, suspenderlo, hasta adueñarse de él y, dentro de esa libérrima elasticidad temporal, a nosotros con el grupo. 

Es ese mismo público que, tras cuarenta y una ediciones, conoce las bonanzas de uno de los mejores festivales de club que pueden disfrutarse en estos momentos. Por el auditorio se movían abuelos junto a sus nietos, padres con sus hijos, hijos con sus amores, haciendo gala de uno de los logros de los promotores del jazz egarense, que no es otro que envolver a la ciudad al son de la música improvisada año tras año, más allá de los confines del propio festival. La ciudad vive el jazz como pocas, y la cultura jazzística de los aficionados se muestra en la naturalidad con la asumen la diferencia de propuestas que se proyectan y con el entusiasmo con el que siguen lo que a todas luces son momentos de dicha. Si hay suerte, tenemos Immanuel Wilkins para rato. Crucemos los dedos.

 

 

 

Written by Enrique Turpin

Abril 04, 2022

Adele Sauros Quartet – I Paint You (Fresh Sound New Talent, 2021)

Adele Sauros Quartet – I Paint You (Fresh Sound New Talent, 2021)

Adele Sauros Quartet – I Paint You 

(Fresh Sound New Talent, 2021)

29

MARZO, 2022

Adele Sauros (t), Toomas Keski-Säntti (p), Vesa Ojaniemi (b), Tuomas Timonen (d), Tomi Nikku (tp), Max Zenger (as), Kasperi Sarikoski (tb)

 

 

Texto: Ricky Lavado
Fotos de: Sonja Vainionpāä

El estreno de la saxofonista finlandesa Adele Sauros en la serie New Talent de Fresh Sound Records no hace más que reafirmar dos hechos incontestables: el buen ojo del sello barcelonés para rastrear las figuras más interesantes del jazz actual y la revelación constante que supone asomarse a la escena jazz nórdica. Juventud, talento y nuevas posibilidades expresivas son los tres pilares sobre los que se sustenta la colección New Talent, convertida desde hace años en un sello de calidad tan fiable como siempre sorprendente, y el impecable debut de Adele Sauros con I Paint You es un acierto más a sumar en el imprescindible catálogo de Fresh Sound Records.

 

 

Da un poco de vértigo observar la trayectoria de Adele Sauros teniendo en cuenta que acaba de cumplir 32 años; habitual del circuito de festivales de jazz a lo largo y ancho de toda Europa, su impronta brilla por derecho propio en sus dos discos como solista (It’s who I am, de 2014, y My spontaneous mind, de 2016), así como en su participación en los fantásticos e inclasificables trabajos de folk, jazz vanguardista y pop del proyecto Katu Kaiku (en el que militan también el contrabajista Mikael Saastamoinen y el batería Erik Fräki). 2020 supuso de alguna manera el año de confirmación de Adele Sauros como uno de los talentos más explosivos de la escena jazz nórdica más joven con la publicación de los debuts de Superposition (con el batería Olavi Louhivuori, la saxofonista Linda Fredriksson y Mikael Saastamoinen al contrabajo) y JAF Trio (junto al contrabajista Joonas Tuuri y el batería Frederik Emil Bülow), ambos publicados en el interesantísimo sello de Helsinki We Jazz Records: dos discos excepcionales en los que Sauros brilla como intérprete excelente y compositora inquieta y versátil.  Un año después, el talento de la finlandesa quedaba más que confirmado con el excepcional y bellísimo I Paint You; una muestra indiscutible de jazz clásico dotado de una elegancia y una energía bienintencionada tan refrescante como arrebatadora.

I Paint You

En palabras de la propia Adele Sauros, I Paint You es la historia de las experiencias hermosas y dolorosas que a menudo acompañan a un viajero”. Compuesto a modo de diario durante 2018 y 2019, I Paint You narra el tiempo que Sauros pasó viviendo en Londres. Una luminosidad reconfortante atraviesa el álbum de forma transversal, otorgando a cada tema un poso de serenidad y reposo, de melancolía incluso, que convierte la escucha en un ejercicio de calma e introspección altamente disfrutable. Música sosegada y elegante en tiempos frenéticos, algo que se agradece en los días que corren. No hay experimentación ni ánimos rupturistas aquí: Adele Sauros se ciñe al sonido y la concepción tradicional del jazz, y dota a sus composiciones de una intención melódica de poso postbop y majestuosidad añeja que permite a cada elemento brillar en un juego continuo donde la libertad expresiva está siempre al servicio del tema, lejos del artificio o el virtuosismo gratuito. No hay fuegos artificiales en este disco; hay clase, buen gusto, respeto por la tradición y la voz propia de una creadora a la que vale mucho la pena conocer.

 

 

Written by Ricky Lavado

Marzo 29, 2022

Tete Montoliu Trio Barcelona – Barcelona Meeting / Groovin´ High In Barcelona

Tete Montoliu Trio Barcelona – Barcelona Meeting / Groovin´ High In Barcelona

Tete Montoliu Trio

Barcelona Meeting / Groovin´ High In Barcelona

24

FEBRERO, 2022

Barcelona Meeting (Fresh Sound Records, 2019). Tete Montoliu Trio. Tete Montoliu, piano/Reggie Johnson, contrabajo/Alvin Queen, batería. 

Groovin’ High In Barcelona (Fresh Sound Records, 2021). Jerome Richardson and the Tete Montoliu Trio. Jerome Richardson, saxos alto y soprano/Tete Montoliu, piano/Reggie Johnson, contrabajo/Alvin Queen, batería. 

Marcos Maggi

Al destino le gusta el jazz, lo azaroso. Esa improvisación a la que nos somete, a veces nos trae ofrendas eternas, como estas dos grabaciones archivadas desde hace más de 30 años. La historia, resumida, es la siguiente: en mayo de 1988 el trío de Tete Montoliu toca en el mítico Cova del Drac Club, Barcelona, junto con el saxofonista Jerome Richardson. El 22 de ese mes, Fresh Sound Records les propone grabar una sesión en Estudi Gema, ya desaparecido. Cuando terminan los registros en cuarteto y Richardson se va, el trío graba las pistas que dan origen al segundo álbum.

Have You Met Miss Jones?

En Barcelona Meeting la química explosiva está compuesta por un virtuosismo del buen gusto, nunca repetido, y por un diálogo que es fusión constante (no hay monólogos, todo es dialéctica). El piano, el contrabajo y la batería parecen un mismo instrumento; una máquina extraña y poderosa de la que surgen las tesituras compenetradas, lo que también hace imaginar a un solo músico con seis manos tocando los tres instrumentos a la vez, o ese artefacto que los contiene, porque el cerebro del trío, sin duda, es uno. 

La improvisación, rebelde, cae donde no la esperamos, y las variaciones del contrabajo y de la batería acentúan ese tamiz que propone Montoliu, un pianista que improvisa con las estructuras, no solo con las melodías. Tete Montoliu va más allá: dobla los tiempos en los temas lentos, toca frases de blues en una balada y suelta cascadas de notas en una sucesión reposada de acordes. Así, All The Things You Are, What’s New y I Cant’Get Started se reinventan como standars, y Jo Vull Que M’Acariciis, un tema propio, despunta siendo bossa y termina vestida de puro blues.  Una síntesis de todo esto es la versión de Óleo. Para entendernos: el esquema melodía-improvisación-vuelta a la melodía, aquí existe pero muy deformado, porque la improvisación jamás se abandona. Tete lleva las melodías muy lejos, propone otras, como hacen las reinas del scat, y esa propuesta es siempre descubrimiento, reescritura automática de la música.

All the Things You Are

En Groovin’ High In Barcelona Montoliu es un actor secundario. Siempre lo buscamos detrás de Richardson, saxofonista híbrido entre el bebop y la tradición anterior -con genes musicales de Benny Carter y de Charlie Parker-, que por momentos suena rupturista -en la línea del otro disco- y por otros, lírico y capitán previsible de la música. Comparaciones aparte, el disco es notable, aunque lo sería más si no existiera el ya comentado, quizá porque empieza como si fuera una prolongación de aquel, con una introducción descomunal de Tete en A Child Is Born. Lo dicho sobre Barcelona Meeting está aquí, pero más de telón de fondo, adulterado por el sonido ancho de Richardson (hay pasajes -quizá debido al empaste de los armónicos entre el piano y el saxo- que simulan una big band) y porque las melodías, a cargo del saxo, se ciñen más a la partitura. El disco en trío adoctrinó al oído y ahora se ha vuelto exigente con el cuarteto. Sin embargo, destaquemos otra diferencia, positiva: el fuego de los tiempos rápidos (Groovin’High, A Night In Tunisia) que dentro de ese esquema tradicional desmontado en las pistas sin Richardson, incluyen improvisaciones que podrían haber contagiado a las correctas melodías. 

Dos rescates maravillosos de Fresh Sounds Records, grabados y mezclados de manera impecable, con una nitidez que nos hace sentir cerca -en el tiempo y en nuestro salón- de ese genio que es Tete Montoliu. 

Barcelona Meeting y Groovin’ High In Barcelona estaban en nuestro destino. 

De nuevo con ustedes, como le gustaba presentarlo a Dexter Gordon, “El gran señor de Cataluña”. Bienvenido.

Written by Marcos Maggi

Febrero 24, 2022

Tony Malaby´s Sabino – The Cave Of Winds. Ben Monder, Michael Formanek, Tom Rainey, Tony Malaby

Tony Malaby´s Sabino – The Cave Of Winds. Ben Monder, Michael Formanek, Tom Rainey, Tony Malaby

Tony Malaby´s Sabino: The Cave Of Winds

Ben Monder, Michael Formanek, Tom Rainey, Tony Malaby

17

FEBRERO, 2022

Tony Malaby´s Sabino: Ben Monder, guitar/Michael Formanek, double bass/Tom Rainey, drums/Tony Malaby, tenor and soprano saxophones. The Cave Of Winds (Pyroclastic Records, 2022)

Texto: Ricky Lavado

Libros, películas y discos “de pandemia”. La etiqueta puede resultar maximalista en exceso, o vaga incluso, pero desgraciadamente el espíritu de los tiempos nos deja poco espacio para el análisis o la reflexión sin pasar por el odioso filtro del Covid y sus numerosas mutaciones. Pandemia y confinamiento han pasado a ser elementos clave en el cómo y el porqué de la atmósfera cultural, social y creativa de esta extraña era; ¿un nuevo zeitgeist para definir los no tan felices años veinte del siglo XXI? El tiempo dirá si vivimos un bache puntual o si realmente estamos viviendo un cambio profundo en el mundo, pero de momento lo que podemos afirmar es que (como es lógico) el arte producido en la coyuntura actual recoge de mil formas diferentes la influencia del entorno casi distópico que nos está tocando vivir.

Ben Monder, Tony Malaby, Tom Rainey – Bar Bayeux

El veterano saxofonista y compositor Tony Malaby encontró su propia manera de lidiar con la situación: acostumbrado a alojar sesiones de improvisación en su casa como base de sus procesos creativos, Malaby decidió trasladar el escenario de estas jams a un rincón tan sorprendente como inquietante también: bajo un paso elevado de una autopista de New Jersey. Acompañado de un nutrido grupo de cómplices en el terreno de la improvisación libre y la experimentación más amplia, Malaby grabó cinco volúmenes de esas sesiones nacidas entre ecos de motores, humo, cemento e incertidumbre vital (se pueden escuchar en Bandcamp). Pasado el confinamiento y cuando las restricciones permitieron su vuelta a los estudios de grabación, Malaby desempolvó Sabino, la formación con la que debutó en el año 2000 (Tom Rainey a la batería, Michael Formanek al bajo y Ben Monder sustituyendo a Marc Ducret, guitarrista original) para dar forma a siete piezas surgidas de esa experiencia experimental. El resultado llega de la mano del más que interesante sello Pyroclastic Records y su título (The Cave Of Winds) nos hace viajar a ese no-lugar envuelto en el tráfico de New Jersey.

Tony Malaby’s Under the Turnpike Trio

No resulta fácil definir este disco. Malaby y su banda se muestran en todo momento conectados por algún tipo de telepatía extraña que provoca que cada pieza se desarrolle por caminos inesperados que beben del free jazz, la improvisación, el minimalismo contemplativo, las texturas de jazz clásico de herencia bebop, la densidad industrial y las atmósferas oscuras. Por momentos, como en los once minutos de “Recrudescence” o en la excursión épica de más de dieciocho minutos de la pieza que da título al disco, la interacción entre Malaby, Rainey y Monder toma forma de exploración libre y atmosférica con regusto cinemático y texturas misteriosas y envolventes. En otros momentos, como en la brillante “Scratch The Horse” (con una distorsión enraizada en el metal y la música industrial) o la corrosiva “Insect Ward”, la incomodidad, la tensión y la experimentación ruidista toman el mando. No faltan relecturas, prácticamente irreconocibles, de estándares tradicionales de jazz (“Just Me, Just Me” es una adaptación libre del “Just You, Just Me”, popularizado por Nat King Cole y Thelonious Monk entre otros; mientras que “Corinthian Leather” parte de “Woody ‘n You” de Dizzy Gillespie), y en ningún momento del disco baja el nivel de brillantez, misterio y pura libertad explosiva. Cada composición de The Cave Of Winds muestra una nueva vía expresiva en la que Malaby y los suyos crecen y crecen en un proceso de metamorfosis continua que resulta tan exigente como reconfortante. No es este un disco fácil, pero vale la pena sumergirse en él. Nuevos caminos creativos en estos tiempos raros que vivimos.
Written by Ricky Lavado

Febrero 17, 2022

Monodrama -Mndrmooaa- David Sancho, Mauricio Gómez, Alberto Brenes

Monodrama -Mndrmooaa- David Sancho, Mauricio Gómez, Alberto Brenes

Monodrama: Mndrmooaa

David Sancho, Mauricio Gómez, Alberto Brenes

09

FEBRERO, 2022

Monodrama-Mndrmooaa (Everlasting, 2022). Alberto Brenes, batería, percusión y diseño sonoro / David Sancho, piano, Rhodes, sintetizadores/ Mauricio Gómez, saxo tenor y teclados.

Texto: Ricky Lavado

Lo más prudente a la hora de recomendar un disco que te ha gustado mucho, sobre todo uno recién publicado, suele ser moderar el tono e intentar esquivar la tendencia a la hipérbole, pero en este caso me resulta imposible, así que lo dejaré claro desde un principio: Mndrmooaa me parece una auténtica maravilla de disco. El nuevo trabajo de los madrileños Monodrama es uno de los mejores y más completos discos que se han publicado en este país en los últimos años, y no tengo pruebas, pero tampoco dudas de que nos encontramos ante un trabajo al que, con los años, volveremos una y otra vez como ejemplo de música importante, seria, profunda y desgraciadamente necesaria en los tiempos vacuos que vivimos.

Monodrama – Levitation

MONODRAMA: Sencillamente hacemos música que nos hace vibrar, aunque en la era de los contenidos, sin contenido evidentemente, propuestas musicales como la nuestra están asociadas indivisiblemente a cierto espíritu, cierta búsqueda, y puede que finalmente haya un posicionamiento aunque este sea algo involuntario.

In&Out JAZZ: La música de Monodrama exige atención, está formada por suficientes capas y niveles de lectura como para requerir de un ejercicio de calma y concentración. Es música que no permite una audición pasiva: te interpela como oyente, plantea interrogantes y te lleva a lugares inesperados tanto en lo anímico como en lo intelectual. 

En esta era de los contenidos sin contenido y de consumo rápido y vacío, hacer la música que hace Monodrama puede parecer un posicionamiento ético, un acto de protesta casi.

Absolutamente. Pero no solo de la música, de cualquier disciplina artística, y en cualquier ámbito o faceta de nuestras vidas. Es algo que verdaderamente necesitamos. Cada vez estamos más cerca de olvidar lo que es realmente importante en esta era del híper-entretenimiento, que ha provocado que hasta verdaderos creadores se vean a sí mismos como creadores de contenido. Hay que poner de manifiesto lo que es relevante y necesario para que no perdamos el pensamiento crítico, lo que está en juego no es el interés que suscita tu música o si te van a dar un bolo. Estamos demasiado anestesiados, pensar que todo lo positivo que hemos conseguido no va a perderse es demasiado inocente.

Alberto Brenes (batería, percusiones y diseño sonoro), David Sancho (piano, Rodhes y sintetizadores) y Mauricio Gómez (saxo tenor y teclados) dan forma a Monodrama; un interrogante con espíritu disidente y mirada futurista que, partiendo de parámetros formales más o menos adheridos al cajón de sastre del jazz contemporáneo, hace tiempo que escapa de definiciones específicas. Monodrama suenan a Monodrama, y esta obviedad no resulta aquí un lugar común para esquivar el bulto: realmente el equilibrio comunicativo y el nivel de brillantez creativa que los madrileños han alcanzado pasados los años los sitúa en una liga en la que juegan solos. 

Desde luego, todos los aciertos o hitos son consecuencia de la dedicación y de observar desde la posición de no saber exactamente cómo funciona el mecanismo. Son ya 10 años juntos, aprendemos despacio, pero con firmeza.

«H O B O» (MNDRMOOAA)

» F L E X I O N E S » (MNDRMOOAA)

A lo largo de Mndrmooaa hay calma glacial, elegancia, serenidad, ambientaciones oníricas y neblinas acogedoras. Hay composiciones que crecen lentamente y se desarrollan de forma expansiva y libre, y también hay espirales obsesivas conducidas por la densidad, la tensión y la oscuridad. Hay jazz orgánico y hay electrónica misteriosa y cerebral. Hay ritmos fracturados, texturas de sintetizador y saxos cortantes como cuchillas de afeitar. Hay riesgo, inconformismo y ese intangible extraño que separa los buenos discos de las obras realmente relevantes. 

La composición empieza con las ideas de Mauricio. A la hora de escribir melodías y armonía o pensar una estructura formal, intenta que sea premeditado. En ese proceso va desechando ideas y escogiendo otras lo cual siempre te pone en el lado de la balanza de la inspiración y el instinto. Tu gusto personal te define. Lo premeditado y lo instintivo cohabitan, son inseparables. Lo mismo sucede en el proceso de composición colectiva de la banda. Hay ideas claras, líneas de investigación acotadas y otras ideas que surgen simplemente tocando e improvisando. Es difícil definir cómo se da el proceso cuando una parte importante del trabajo de composición reside en el trabajo colectivo, en horas y horas de conversaciones y experimentación.

El pulso ternario, lento y arrastrado de Saramande (una de las piezas más inquietantes, complejas y poliédricas del disco);  el crescendo dramático plagado de distorsiones, ritmos rotos y asonancias de Inner Dance; la densidad industrial y los ambientes pesadillescos de There Will Be Blood; las texturas indietrónicas llenas de luz y melodías planeadoras de Golden Age Of The Eye; la elegancia con mentalidad de beatmaker de The Hunt; los pianos dramáticos y emocionantes de Pahoehoe…Muchos son los momentos a destacar dentro de una obra en la que Monodrama suena más seguro y menos autocomplaciente que nunca. Siguiendo unas directrices ya presentes en sus anteriores (y también excelentes) trabajos, en esta ocasión el nivel creativo y la compenetración de la banda da un salto exponencial, ofreciendo una hora larga de música esquiva y fascinante con la que los madrileños subliman su particular equilibrio entre jazz de nuevo cuño, electrónica heredera de Warp Records, un leve poso de post rock ambiental y un tratamiento del sonido y la experimentación textural sin referentes previos en la escena nacional.

El interés por el diseño sonoro nace desde la frustración por no poder aportar a la música elementos que ayuden a crear cierta dimensión. La atracción constante hacia la sonoridad, la importancia del carácter y la intención, elementos como la textura y la frecuencia como herramientas al servicio para la creación de un clima, cada vez han ido cobrando más relevancia frente al tridente hegemónico ritmo-armonía-melodía. Todos aportamos mucho. En términos de producción pensamos en la idea de aplicar una pátina que potencie lo que ya es sólido por sí mismo. En nuestro caso, es inherente al desarrollo fruto de la curiosidad, las cosas se van dando desde un proceso más primario, es un juego.

Como ocurre siempre con Monodrama, su nuevo disco nos pilla descolocados. Hay llamas de aspecto irreal en la portada. Hay noche y lobos expectantes. Hay pulso narrativo, filtro de celuloide noir y una constante textura cinematográfica que nos hace pensar en la banda sonora de un relato que no captamos del todo, pero sabemos que está ahí.

Entendemos que nuestra música pueda provocar esa conexión con las imágenes, aunque quizás sea más obvia esa relación cuando de música instrumental se trata. Mucha gente nos lo comenta, también nos comentan lo bien que quedarían unas imágenes proyectadas en nuestros conciertos, y aun pareciéndonos algo que podría ser interesante y no lo descartamos, nos sigue llamando la atención esta manera casi automática de relacionar música instrumental evocadora con imágenes como si de un ejercicio obligatorio de gimnasia rítmica se tratase. La verdad es que el disco esconde una historia, pero solo se la he contado a mi perra al oído, y así va a permanecer, no queremos joder la vuestra propia.

¿Por qué fuego y lobos?

El fuego fue el elemento sobre el que empezamos a orbitar a la hora de dar título a algunos de los temas. Todo surgió a partir de la propuesta de que en la portada apareciera una casa en llamas (también se propusieron otras cosas ardiendo…). Es posible que esta metáfora de la casa ardiendo, que puede expresar principio o final, ya esté muy manida, pero nos pareció muy oportuno. Que cada uno saque sus propias conclusiones. La idea de los lobos nace a partir de la primera frase de un tema, que se llama Malfire, de la banda sueca Refused, The Wolves are at The Door, que da título a uno de nuestros temas. Para mí, son una alegoría y nos podrían representar a cualquiera de nosotros en un sistema que provoca desigualdad, precariedad y miseria, convirtiéndonos en seres menos empáticos que se ven abocados a pensar solo en su propia supervivencia.

Written by Ricky Lavado

Febrero 09, 2022

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