Javier Colina & Albert Sanz – Sinhá
Javier Colina & Albert Sanz
Sinhá
28
FEBRERO, 2023
Javier Colina, contrabajo y acordeón/ Albert Sanz, piano. Jamboree Club (BCN), 18 DE FEBRERO DE 2023
Sinhá (Youkali Music, 2021)
Texto: Enrique Turpin
Fotografía: Valentín Suárez
EL SABOR DE LA CANELA
Los antiguos esclavos designaban a la señora o patrona con el sobrenombre de sinhá, o sá, sinha o sinhara, que venía a ser semejante al tratamiento que los dolidos amantes del amor cortés profesaban a la amada inalcanzable: aquella midons, o mi señora que acudía como inspiración para sus versos desde el platonismo pero que deseaban trocar en epicureísmo puro. Porque de nada sirve la contemplación si no hay promesa de gozos sensoriales. Refrenar esos instintos es vanidad probada, como diría el Arcipreste, y ya se sabe a lo que conduce la antinatural propuesta célibe. Para qué decir más. Chico Buarque lo tuvo claro desde el principio cuando puso letra a la música de João Bosco De Freitas Mucci para dar forma a la Sinhá (Youkali Music, 2021), la que ahora Albert Sanz y Javier Colina han adoptado al lenguaje del jazz para titular su segundo esfuerzo por traspasar la emoción de la canción brasileña a sus universos particulares. Lo habían hecho ya en Sampa (Youkali Music, 2018), en aquella ocasión recuperando las músicas de Caetano Veloso, tras haber dejado constancia de su conexión desde que Albert Sanz montara su trío junto al legendario Al Foster en O Que Serà (Unit, 2015), fruto de los días de gira y grabaciones entre el pianista y el contrabajista poniendo rítmica al cuarteto de Sílvia Pérez Cruz, como en aquel preciosista En la imaginación (Universal, 2016) que vendría después.
Con el repertorio en vena y la alegría de compartir, aterrizó el dúo en el Jamboree barcelonés, cada vez más cerca del cielo cuanto más se baja a su cava. La sala era idónea para propiciar un encuentro íntimo entre los músicos y el público, a la distancia exacta para ser degustado como merece, en la medida exacta de los sueños que surgen a un palmo de nuestras narices. Y es que a veces los sueños cobran forma de un modo inesperado frente a nosotros, o a nuestro lado. Elegantes y discretos dentro de su maestría consumada, Sanz y Colina iniciaron el repertorio conjurándose a Chico Buarque, que era en esta ocasión la personalidad pretendida para obrar el milagro que ilumina los rostros del auditorio y restalla más allá de la Plaza Real, cuando ya reposada la vista, se rememoran las imágenes y su acompasan las vibraciones que insisten en no esfumarse, como si hubiera que dejar constancia física de lo acontecido bajo tierra en los rostros y las carnes. Las “Vibrações” del no siempre conocido Jacob do Mandolim se solaparon a la vibración del aire acondicionado, así que no hubo más remedio que pasar un discreto calor para que las melodías provenientes de ese país de tamaño continental se abrieran paso sin el esfuerzo que estaba suponiendo hasta entonces hacer llegar la propuesta al respetable.
El dúo repasó las composiciones de Sinhá, dejando claro que nada quedaría si no fuera por el trabajo de los compositores, verdaderos artífices de las músicas y melodías que reconstruían el valenciano y el pamplonica con la mayor de las solturas. En eso de hacer fácil lo difícil son verdaderos maestros, y volvieron a dar de nuevo una lección en toda regla de elegancia y compromiso, de pasión y esmero, de calidad y magisterio. La “Cantiga” que compusiera Cristovão Bastos, por mucho tiempo el pianista de Buarque, fue prueba de las sensibilidades afines que surgen cuando confluyen los objetivos: apresar la belleza por un instante y envolverla en notas para ensanchar los corazones, la sístole brasileña, la diástole española, y una cava que se ha agigantado en estos últimos tiempos, para hacer de ese espacio mítico una sala insoslayable en el panorama internacional de la música en directo.
El universo sonoro brasileño, tan rico y lleno de confluencias, como su propia gente, se fusiona de un modo natural en las ejecuciones de Sanz y Colina; y resulta natural porque antes fue natural la apropiación de ese mundo plagado de melodías y cadencias, de notas y ritmos, en el corazón de estos dos músicos humildes, que es lo que tienen quienes ya nada deben demostrar. Tras el primer encuentro a dos bandas que fue Sampa, ahora le ha tocado a Sinhá, y el resultado excede lo meritorio. El público así lo supo ver en los dos pases, con un lleno de la sala que hacía justicia al acontecimiento. De haber estado presente, Chico Buarque y su tribu hubieran aplaudido como lo hizo el auditorio. Pocas veces se ha visto una respuesta tan sincera a lo que ofreció el dúo. Colina, además, se desdobló en acordeonista en temas como “João e Maria”, o en “No assento do onibus”, para atacar sin solución de continuidad con el forró de Luis Gonzaga titulado “O Xote das Meninas” a modo de blues y cerrar con un bis que recurría de nuevo a Chico Buarque y a Edu Lobo, esta vez versionando “Na Carreira”, escogida entre las composiciones de la primera degustación brasileña del dúo hispánico. Si alguien ha probado el “Doce de Coco”, sabe de lo que hablo cuando digo que la ambrosía palidece al lado de este manjar. Cuando Sanz y Colina tocan juntos saben a eso mismo: lo hicieron con esa composición de Jacob do Mandolim a medio concierto, pero el sabor se extendió hasta bien entrada la noche, todavía con el fresco recuerdo de lo vivido, luego convertido en memoria selecta de una velada para enmarcar en un escenario que ha ganado muchos enteros después de años de transición. Cuando falla el azul del cielo, la canela arregla el día, y esa sí que no falla nunca, ajena a las borrascas, como esta pareja de amigos unidos en la empresa común de hacer justicia a una música imperecedera. En ellos lo es todavía más. Que sea por muchos años.
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