Gerald Clayton -White Cities
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Nova Jazz Cava, Terrassa, 11 de marzo de 2023. Gerald Clayton “White Cities”
Gerald Clayton (piano, Fender Rhodes, Hammond B3) / Marquis Hill (trompeta) / Logan Richardson (saxo alto) / Jeff Parker (guitarra) / Joel Ross (vibráfono y batería).
Texto: Enrique Turpin
Fotos: Jazz Terrassa Festival
QUE NO CESE LA LUZ
Ya no importa que lo bello sea el principio de lo terrible, como proponía el poeta, porque para eso es precisamente lo bello, para quedarse a su vera, para regodearse en él y no rendirse a la evidencia de lo siniestro que acecha a la vuelta de la esquina. Por eso son importantes conciertos como el del Gerald Clayton Quintet, porque dejan constancia del acontecimiento y nos reconcilian con lo que está en el mundo para salvarnos, cuando no para hacernos mejores.
El grupo que acompaña en esta nueva singladura al pianista formado en Estados Unidos es toda una declaración de intenciones de lo que reivindica el último trabajo de Clayton (Utrecht, 1984) tras Bells On Sand (Blue Note, 2022). “White Cities” es un tributo musical al ilustrador Charles Wilbert White (1918-1979), inspirado en la exposición del artista en el LACMA de Los Ángeles, una completa retrospectiva que rastreó a principios de 2019 la carrera y el impacto de White en las ciudades a las que llamó hogar: Chicago, su lugar de nacimiento; Nueva York, donde se unió a causas sociales y ganó reconocimiento; y Los Ángeles, donde desarrolló su arte maduro y se convirtió en activista de los derechos civiles. La exposición incluía aproximadamente 100 dibujos y grabados junto con pinturas al óleo menos conocidas. Como dibujante, White se centró en imágenes de afroamericanos históricos y contemporáneos, representados en retratos ideales y escenas cotidianas. Elogió su dignidad, humanidad y heroísmo frente a la larga historia de injusticia racial del país y alentó a sus espectadores y compañeros artistas negros a proyectar su propia valía. White creó imágenes no violentas a pesar de las crecientes tensiones raciales; sólo a mediados de la década de 1960 se sintió frustrado por el lento progreso y comenzó a infundir en su trabajo alusiones a la continua violencia, pobreza y disparidad en la educación, la vivienda, el empleo y las oportunidades electorales. También para White la aspiración hacia la belleza fue un refugio para todo lo que de inhóspito tiene el mundo, sobre todo en lo que concierne a los desfavorecidos.
Para llevar a cabo el proyecto, a Gerald Clayton (piano, Fender Rhodes, Hammond B3) se le han unido Jeff Parker (guitarra), Logan Richardson (saxo alto), Marquis Hill (trompeta) y Joel Ross (vibráfono y batería), con los que ha formado un quinteto de ensueño y raigambre afroamericana, por si no quedaba claro que la cosa va de reivindicar. No sé yo si el color de la piel lleva implícita la lucha por los derechos humanos —eso de las razas ya se sabe que no tiene fundamento científico—, pero es posible que como descendientes de minorías sojuzgadas, sometidas y reprimidas algo sepan ellos de injusticias sociales. Se hizo énfasis desde el inicio del concierto ya en las palabras del siempre volcánico Valentí Grau, pero luego quedó constancia de la vindicación en la propuesta musical del seis veces nominado al Grammy, y, desde luego, en el texto de presentación que acompañaba la velada. En sus palabras, Clayton conjuga el doble sentido que atesora el apellido del ilustrador: las ciudades donde vivió White con las ciudades en la que prevalece una mirada sociocultural impregnada de blancura, un modo de recordar la opresión generalizada que lastraba todos los lugares donde vivió White, al tiempo que testimonia sus modos de expresión hermanados con el blues en lo que tiene de respuesta de la experiencia negra en un mundo blanco, de un modo semejante al que apuntara el escritor Colson Whithead en El ferrocarril subterráneo (2016), por señalar un hermano de armas del pianista.
No es menos cierto que el título del proyecto también hace referencia a la personalidad artística del propio Charles White. Los fundamentos de “White Cities” tratan de apresar el corazón y la mente del artista, más allá de los temas o mensajes evidentes en sus obras. Se trata de una exploración musical de la persona que creó esos mundos a modo de dedicatoria al hombre, al trabajo y a la fuente de inspiración que impregna la mirada de White y de lo que se oculta tras sus obras. Pero hay en todo ello un aire de retroalimentación, puesto que en la misión de transportar el alma del pintor se genera energía suficiente para apresar el brío del quinteto formado por Clayton para la ocasión. Un quid pro quo que supone la consagración de ambos procesos de retroalimentación.
La suite puesta en pie para propagar al mundo el muralismo del no siempre conocido Charles White es el reflejo musical de las cinco secciones en las que se divide la pieza Five Great American Negroes (1939), un mural de cuatro metros por uno y medio que resigue las ciudades por las que anduvo el talento de White a lo largo de los Estados Unidos, desde su Chicago natal, pasando por el New York más bullente, hasta recalar en la costa del Pacífico con el esplendor de Los Ángeles. No creo que el público que llenó la Nova Jazz Cava imaginara lo que iba a ofrecer el quinteto, pero sí podía captarse un cierto aire de inquietud por ser testigos de la empresa que ha emprendido el quinteto de Clayton, rebosante de inventiva y pletórico en la ejecución desde una personalidad múltiple ávida de mostrarse y poderosamente unificada. Las partituras corrían de arriba abajo, en la idea de que lo escrito es auspicio de lo improvisado. En este sentido, los vientos de Richardson y Hill fueron los más literales con las hojas firmadas por el líder, mientras que Parker y Ross mostraron mayor desapego dentro de la brújula que siempre marcaba el pianista.
Cada composición planteaba una melodía para cada una de las secciones del mural al óleo sobre tela de Charles White conservado en la Howard University Gallery of Art de Washington. Los temas avanzaban al tiempo que lo hacía el mural en toda su integridad, a fin de representar la doble experiencia de la lectura a primera vista de la pieza y la lectura detallada del mural en su totalidad. El hilo conductor tenía un doble motor: las características propias de las tres ciudades en las que vivió White y la visión del mundo que trasladó el artista plástico a partir de ellas. Un magnetófono accionado por Clayton desde el piano ayudaba a trasladar a la audiencia la sonoridad de cada una de las urbes, introduciendo las secciones antes de que el quinteto las defendiera de un modo ejemplar. En la Ciudad del Viento la inspiración llegó de la mano de Sojourner Truth y Booker T. Washington; en la Gran Manzana fue turno para Frederick Douglas; finalmente, en la Urbe del Sol Poniente se trasladó el interés a George Washington Carver, mientras hubo tiempo para un tratamiento de las afinidades que recorren a White y a su quinteto a partir de la sonoridades de “Hear Da Lamb’s A-Cryin” de la contralto y activista antirracista Marian Anderson, todo ello sembrado de sorpresas y sinestesias de izquierda a derecha entre lo pintado en el mural de Charles White y lo discurrido con lo imaginado por Gerald Clayton para estas “Ciudades Blancas” en las que White dejó su huella.
Pero quien sembró para tiempos venideros fue la hermandad que ha dado forma a este quinteto de lujo. La suite propuesta brindaba la posibilidad de ver en acción de forma simultánea un quién es quién en la penúltima hornada de grandes improvisadores del jazz contemporáneo. De las cadencias bluesísticas que venían del norte se desembarcó en la costa oeste y todo se lleno de disonancias dramáticas y superposiciones, activadas hacia la viveza que transmitía la gran urbe atlántica. La batería de Ross, minimalista pero efectivísima y los intercambios entre trompeta y saxo (se buscaba esa sonoridad, en ningún momento Richardson se apeó de su saxo alto) y las modulaciones repletas de oleajes producidas por la magia de la guitarra de Parker se conjugaron desde la libertad personal para ofrecer al líder un tapiz en el que dejar constancia de lo que supone todavía hoy ser herederos victimarios de aquellos tiempos de ignominia en los que, con evidencia flagrante, un ser humano subyugaba a otro por el simple hecho de tener una piel distinta, más víctima cuanto más distinta frente a la tiranía de la piel clara. El aterrizaje en Los Ángeles fue luminoso, a modo de cierre del periplo bioartístico del ilustrador.
Gerald Clayton se ha asociado con músicos comprometidos y despiertos a la observancia del mundo forjado con aquella urdimbre ignominiosa del racismo envuelto de codicia, violencia y envidia, cuando no de pura maldad; y lo ha hecho tal vez desde la preocupación por lo que queda por resolver todavía a estas alturas del mundo. Reivindicar la figura de Charles White es una forma de recordar que la evolución emocional del ser humano va más lenta de lo que podría suponerse. Es cierto que el amo jamás destruirá su casa con las herramientas que le son propias, como hubiese dicho Audre Lorde, pero se da el caso de que en asuntos jazzísticos, las armas con las que tratar de abolir el persistente estado de las cosas se han forjado en la mezcolanza. Son herramientas mestizas, dispares, heterogéneas, acrisoladas en una coiné cultural y musical que las hacen propicias para el derrumbe verdadero, ese que deja huella en los corazones y en las almas, no en las ruinas ni en los vertederos de intelectualidad caduca. Sólo por eso el concierto y la apuesta del Festival ya hubiesen valido la pena, pero es que hubo música, mucha música, y acaso de las mejores que pueden escucharse en la actualidad. Incluso pareció que el espíritu de Lester Young sobrevolaba el escenario. Y si no fíjense la próxima vez cómo Marquis Hill ladea su cabeza hacia la derecha cuando toca. Eso es más que un homenaje. Eso es una posesión en toda regla.
A veces los ancestros escogen el mejor vehículo para expresarse cuando han escapado de los dominios de la física. Charles White corría por la sala, abarrotada como no podía ser menos, pero me gusta imaginar que por allí recalaron otros tantos espíritus indomables que utilizaron a la formación liderada por Clayton como médiums expresivos de sus mensajes imperecederos. Hubo un tiempo en que todo era oscuridad. Ahora la luz va ganando terreno. El bis en forma de espiritual, muy cercano a “There Is Music Where You’re Going My Friends” con el que se cierra Bells On Sand (Blue Note, 2022), propició la comunión final con un público ya ganado desde los primeros compases. En nuestra mano está que no cese la luz proyectada. No perderse conciertos de esta índole socorre en el empeño. Sin quererlo apenas, nos hacemos activistas vicarios de nobles causas. Y qué bien sienta, todo sea dicho.