Llegó el sábado, aún más intenso que la jornada anterior. Tradicionalmente, en la Jazzweek de Burghausen, este día está dedicado al blues, y las dos bandas que actuaron en el Wackerhalle a media tarde lo demostraron con creces. Primero, la Jimmy Reiter Band, que logró un sonido auténticamente americano, con un timbre vocal que evocaba el blues de John Mayer y una agrupación que respiraba la esencia más pura del género. El público, con sonrisas de oreja a oreja, aplaudía entusiasmado al presenciar en directo una banda que encarnaba el espíritu del blues más tradicional. En segundo lugar, Vanessa Collier, múltiple galardonada en la escena del blues, deslumbró con su poderosa presencia en el escenario y su impresionante capacidad musical. Con su imponente voz, su saxofón alto y su guitarra, desplegó un espectáculo en el que fusionó bluegrass, blues, country y soul, entre otros géneros. Su cuarteto dejó al público boquiabierto, demostrando una versatilidad y energía arrolladoras.
Al caer la tarde, el Wackerhalle ofreció una propuesta más convencional, mientras que el Stadtsaal apostó por una programación arriesgada y vanguardista. Afra Kane, al frente de su cuarteto, desplegó un abanico de estilos siempre enraizados en su herencia nigeriana, aportando una profundidad y frescura inconfundibles. Por su parte, la Fabia Mantwill Orchestra, en la línea de grandes compositoras como Carla Bley o Maria Schneider, llevó la exploración sonora a otro nivel, con la destacada participación del percusionista Rhani Krija como invitado especial asegurando una noche repleta de sonidos inolvidables.
Por otro lado, el Stadtsaal albergó primeramente a Louise Jallu, que ofreció una de las propuestas más vanguardistas del festival con su quinteto, explorando sonoridades innovadoras desde su bandoneón. Su enfoque recuerda a la tradición clásica trasladada a un formato orquestal reducido, con composiciones estructuradas en múltiples secciones y una fuerte carga experimental. Uno de los momentos más sorprendentes de su actuación fue una pieza inspirada en la Sonata en Fa# menor de Robert Schumann, donde transformó elementos de la obra en una reinterpretación moderna. También jugó con sonidos urbanos, como las sirenas de la policía francesa, cuya melodía le evocaba un preludio clásico y sirvió de base para una de sus composiciones. A lo largo del concierto, la influencia de la vanguardia francesa fue evidente en la riqueza tímbrica y el uso de técnicas extendidas en todos los instrumentos. Destacó una poderosa versión del Bolero de Ravel. En su repertorio no faltaron guiños al tango y a Piazzolla, con una interpretación de Oblivion que cerró con una atmósfera melancólica e hipnótica. Jallu, de pocas palabras y con un marcado acento francés, dejó que su música hablara por sí sola. Además, incorporó secuencias de sonidos y grabaciones de voces de compositores, generando una experiencia sonora envolvente que desafió las fronteras entre el jazz, la música clásica y la experimentación contemporánea.
Seguidamente apareció el sexteto RADIOELECTRIC que contaba con la cantante italiana Sabina Sciubba al frente. El baterista, Cyril Atef, manejaba un micrófono con el que grababa loops en vivo, creando capas de percusión a partir de objetos inesperados. Sobre el escenario, una mesa repleta de herramientas de carpintería —martillos, sierras automáticas, taladros— se convirtió en un insólito set de percusión, sumando texturas industriales a la experiencia sonora. El espectáculo transitó entre el free jazz, la experimentación ambiental y momentos de groove con armonías bluesy, incluso dejando espacio para un swing camuflado en la locura sonora. La producción electrónica jugó un papel clave, con una mezcla de sonidos en vivo y procesados que añadieron profundidad y caos controlado al concierto. Sciubba, con cerveza en mano y actitud despreocupada, supo llevar el show con naturalidad, modulando su voz con efectos que amplificaban la sensación de performance. Hubo interacción esporádica con el público —comentarios, movimientos hacia el frente del escenario, elementos de vestuario— todo medido con precisión para mantener el impacto sin excesos. El sexteto mostró una instrumentación diversa, con contrabajo, bajo eléctrico y cello aportando un espectro sonoro amplio, mientras que el guitarrista desplegó un arsenal de guitarras para diferentes matices. La audiencia reaccionó de manera dispar: algunos se dejaron llevar por la experiencia y hasta subieron a bailar, mientras que otros optaron por abandonar la sala. La propia Sciubba calificó a los asistentes como courageous, en un guiño a la valentía necesaria para sumergirse en una propuesta tan radical y sin concesiones.
Por si fuera poco, tras estas magníficas actuaciones, Burghausen daba paso a su emblemática Jazznight: una velada en la que la música se apoderaba de cada rincón del casco antiguo. Clubs, bares, restaurantes y locales de todo tipo acogían hasta nueve propuestas diferentes, abarcando desde el soul, funk y jazz, hasta el blues, ska, Motown y salsa afrocubana. El ambiente era el de una auténtica fiesta itinerante, donde el público podía ir de un sitio a otro, sumergiéndose en un mosaico sonoro que celebraba la diversidad y el poder unificador de la música. Los más entusiastas apenas notaron que la noche se acortaba por el cambio horario y su energía no decayó. La música siguió resonando hasta bien entrada la madrugada.
El domingo, último día del festival titulado Next in Jazz, despidió a todos los asistentes con tres conciertos a media tarde en el Stadtsaal protagonizados por tres tríos: Knobil, PRIM con un invitado especial al cello, Lucas Lauermann, y Antiánima, un trío de mejicanos que levantó a toda la audiencia en un aplauso interminable. La clausura definitiva llegó por la noche en la mítica bodega del jazz, donde primero el trío de Fields y luego los Dixie Dogs pusieron el broche final a una semana inolvidable de música y emociones en Burghausen.
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