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Roberto Nieva 4tet – AIEnRutaJazz 2025

Roberto Nieva 4tet – AIEnRutaJazz 2025

ROBERTO NIEVA QUARTET

AIEnRutaJazz 2025

17

Julio, 2025

Por: Ricky Lavado

Fotos: Marisa Casalengua

Roberto Nieva. Artista dentro del ciclo AIEnRuta Jazz 2025. Organizado por la AIE (Sociedad de Artistas Intérpretres o Ejecutantes de España) 

Roberto Nieva, reconocido saxofonista alto y compositor español, nos ha brindado un excelente concierto junto a su cuarteto galáctico compuesto de musicazos tales como Xan Campos al piano, Naíma Acuña a la batería y el jóven —que todo lo toca— Camil Arcarazo al contrabajo. Un cuarteto que reúne talento por doquier, venido de todas las partes de la península —con cierta predominancia de sabor gallego, todo sea dicho—. Desde In&OutJazz hemos tenido el privilegio de presenciar el arte de este cuarteto tan prometedor. La casa que nos acogía en esta ocasión, Universijazz de la Universidad de Alcalá ha estado a la altura de semejante banda y nos ha abierto las puertas en una velada maravillosa.

 

Tendiendo puentes entre lo viejo y lo nuevo, transitando el hilo conductor que une lo clásico y lo contemporáneo en el universo actual del jazz, brilla por derecho propio desde hace bastantes años ya el saxofonista y compositor Roberto Nieva, natural de Ávila y uno de los nombres patrios con mayor proyección internacional en los tiempos presentes.

Alumno del Conservatorio Profesional de Música de Ávila, Nieva se trasladó posteriormente a San Sebastián para completar sus estudios en el Centro Superior de Música del País Vasco, Musikene. Su interés continuo por ampliar su formación académica le llevó a cursar el Máster en Investigación Musical en la Universidad Internacional de Valencia, y a recibir clases magistrales de nombres consagrados como Branford Marsalis, Loren Stillman, Roman Filiu, Bob Mintzer o Immanuel Wilkins.

El carácter y personalidad de Roberto Nieva como excepcional instrumentista, así como su impulso compositor, que le permite moverse con soltura por todo tipo de tesituras con una base de bebop académico y un empuje contemporáneo fresco y renovador, le llevaron a la publicación, en 2019, de su primer álbum Process de mano del prestigioso sello Fresh Sound Records. Para su primera aventura discográfica como líder Nieva se rodeó de una banda de lujo: el trompetista cubano Jorge Vistel, el pianista norteamericano Richard Sears, el contrabajista cubano Reiner Elizalde “Negrón” y el batería francés Guilhem Flouzat.

A lo largo de su carrera, Roberto Nieva ha trabajado y compartido escenario con Kirk MacDonald, Josh Ginsburg, Perico Sambeat, Martin Nevin, Marta Sánchez, Javier Colina, Alain Pérez o Silvia Pérez Cruz, y es habitual en la escena musical de Madrid, donde ha trabajado con músicos como Bob Sands, Bobby Martínez, Miguel Blanco, Juanma Barroso, Luis Guerra, Ap Big Band, CMQ Big Band o La Resistencia Jazz Ensemble.

Julio 17, 2025

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo IV

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo IV

48º FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE GETXO IV

07

Julio, 2025

5 julio 2025, Muxikebarri

Texto: Enrique Turpin

Fotos: Pedro Urresti

L.A.B. TRIO / JOE LOVANO & MARCIN WASILEWSKI TRIO

“Lo bueno no es tan bueno hasta que muchos dan fe de su bondad”, ha dejado escrito Luis Alberto de Cuenca (último Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana) en su reciente poemario Ala de Cisne (2025). Él habla allí de unos barcos a los que hace alusión el clásico John Donne, y de algo más que el pudor me obliga a obviar, pero no le falta razón cuando advierte que las bondades teóricas son sólo eso, teorías, hasta que no se las confronta con la realidad y las confirma la mayoría aleccionada de mortales. Y lo bueno, lo es en cualquier disciplina. Luego queda el sometimiento al filtraje de los adiestrados, los que algo saben de la materia, pero lo bueno se hace mejor en su tránsito por el mundo. Si además es breve, ya saben.

Los asuntos musicales también pueden observarse bajo esa perspectiva. Bueno fue, qué duda cabe, el reencuentro de Joe Lovano con Marcin Wasilewski Trio, tras los largos Arctic Riff (ECM, 2020) y Homage (ECM, 2025), paralelos a los encuentros que el saxofonista viene propiciando junto a Marilyn Crispell y Carmen Castaldi, o lo que es lo mismo, el Trio Tapestry, con tres trabajos hasta la fecha. Música atmosférica plagada de matices en los que el maestro de Cleveland (1952) ha logrado una aproximación simbiótica desde nuevos territorios donde prosperar, tras la huella de sus pasos en Blue Note. Con los de Wasilewski se atreve hasta con los gongs provenientes del suroeste asiático. Una ristra de ellos emplazados junto al piano apuntan los nuevos aires espirituales y meditativos de piezas como “Love in the Garden” (un original del violinista polaco Zbigniew Seifert, convertido en preciosa balada) y “Golden Horn”, pero el asunto cobra vuelo con “Homage” y “Projection”, convirtiéndose en el ajuste de cuentas del saxofonista norteamericano con el Festival de Gexto, tras una primera visita del bueno de Joseph Salvatore Lovano un tanto accidentada que dejó sabores más agrios que dulces, allá por 2015. Esta vez le dio la vuelta al calcetín y, desde la perspectiva de los años y el relax propiciado por las bonanzas vizcaínas, convirtió el escenario en su patio de recreo al que, con algunas deserciones, el auditorio acabó dando el visto bueno.

Hay un gesto de generosidad mutua en esta relación que han establecido el trío de Wasilewski y Lovano, pues ninguno de ellos necesita del otro para demostrar su valía, pero juntos entienden que aumentan sus enteros. Unidos suman. Lo saben y hacen por encontrarse en la medida de lo posible. El Muxikebarri fue testigo de los progresos del grupo como un organismo tentacular de un solo corazón. Ya con el clarinete, ya con el saxo tenor, la parte madura del liderazgo trabó una conversión diáfana y fluida con el resto de los miembros y se atisbó un intercambio de ideas altamente fructífero. Piensan al unísono, y eso se nota. Tanto da si el contrabajo de Slawomir Kurkiewicz persigue quimeras o la batería de Michal Miskiewicz busca dragones, porque el caso es que todos apuntan alto, firme y compactados, congeniados. Así no hay monstruo que se resista. Masilewski, mientras, a lo suyo, dueño como pocos de su instrumento, evita lo sentencioso y alardea de lirismo desde la humildad de un proyecto común. Thelonious is alive!, parece decir el teclado, pero los gestos à la Jarrett lo delatan: se levanta, se sienta, salta o tatarea… Casi se le oía recordar que con el nombre de Simple Acoustic Trio, los tres ganaron el concurso de grupos del 20º Getxo Jazz, alzándose el mismo Wasilewski con el premio al mejor instrumentista. Han pasado muchos años, pero ellos siguen persiguiendo ese imposible que es la perfección. La rozaron por momentos. De eso se trata, de aspirar a ella y caminar hacia ese horizonte inaprensible —para eso sirve precisamente el horizonte—, reconociendo que en la senda recorrida pueden darse momentos de epifanía que valgan como un todo.

El cuarteto, ya con su propia cosmogonía bien delimitada, puso el cierre a los casi cien minutos de improvisaciones con un “gracias por la inspiración” en boca de Lovano. Nueve piezas, con algún tema inédito como el “Glimmer of Hope” firmado por Wasilewski, la extemporánea “The Dawn of Time”, “Evolution”, “L’Amour fou” firmado por el pianista y, como bis, una lectura redundante de espiritualidad del “Spiritual” de John Coltrane, faro y espejo de Joe Lovano desde sus años mozos.

En la madrugada del domingo ya se supo que el trío fusión de los LAB había ganado el concurso europeo de grupos, y así se lo hicieron saber a los acólitos que recalaron en The Pipers Irish Pub para las jams, a la espera de la confirmación oficial en el concierto que talonearían al Dave Douglas Quartet. La banda, con miembros provenientes de Francia, Alemania y Hungría interpretaron composiciones propias con gran soltura y comprenetración. Llenaron el escenario de groove y estructuras progresivas bien trazadas y mejor ensambladas. El público llegó al intermedio tarareando alguna de las piezas. Ya se olfateaba en el ambiente que no había sido un grupo más. Tampoco lo fue la presencia en el emplazamiento de la Plaza de Algorta de la pianista navarra Kontxi Lorente, líder de un trío integrado también por el contrabajista Ales Cesarini y el baterista Miguel Asensio, que recalaban en la sección “Tercer Milenio”  para presentar su quinto trabajo, de tintes autobiográficos (¿y qué no lo es?), Más de mí.

Julio 07, 2025

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo III

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo III

48º FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE GETXO III

06

Julio, 2025

4 julio 2025, Muxikebarri

Texto: Enrique Turpin

Fotos: Pedro Urresti

 

CÉSAR VIDAL & ARTIKULATION BAND / CÉCILE McLORIN SALVANT

Lo de la serendipia coge siempre por sorpresa. Ya sabemos que es la propia condición de su existencia, pero a veces asombra más de lo esperado. La frase viene a cuento a propósito de la publicidad con la que se abre la actuación grande del Festival de Getxo, en un afán agradecidísimo por mostrar las bonanzas de una tierra que se defiende por sí misma desde hace milenios, aunque no viene mal darle un empujón divulgativo para potenciar las distintas facetas del territorio vasco. El minidocumental acaba con el lema ‘Zure erara”, que viene a significar algo así como ‘a tu manera’. En efecto, parece que la siempre sorprendente Cécile McLoren Salvant (Miami, 1989) ha tomado al pie de la letra la propuesta del gabinete turístico del Gobierno vasco para reivindicar sus propias armas con lema interpuesto. Qué decir de la gran Célice, si toda ella es puro ir a su manera, ya desde sus inicios. Desde aquel Woman Child (2013) hasta el último Mélusine (2023), lo suyo ha sido un adocenar prestigio y laureles por donde pisa. Con su For One To Love (2015) ya dejó claro que la cosa iba en serio. Ha pasado una década desde entonces, y las propuesta de Cécile sigue intacta, si acaso afinada y potenciada en seguridades. Que Cécile puede hacer lo que le venga en gana ya es lugar común. Pero que lo siga haciendo con la entereza y el riesgo amplificados empieza a marcar un antes y un después en su trayectoria. La inflexión aquí está en que ya no se pliega a concesiones vanas. Eso en mi casa es hacer lo que a uno le rote, obviando concesiones. Sin más. Por el camino dejó caer The Window (2018), lo que la condujo a un camino de no retorno en asuntos creativos.

En esta ocasión, la Cécile venía acompañada de un trío con el que se muestra suelta, natural y abierta a cuanto pueda surgir a lo largo del concierto, el penúltimo de su gira europea. Como si un avanzado descanso del guerrero se tratara, el grupo mostró que lo de la improvisación llega hasta lugares insospechados, ni setlist de canciones traía consigo. Qué importa eso cuando el talento sale por las orejas. En efecto, poco importó. Si acaso, algo de lastre pudo apreciarse en la continuidad y flujo del concierto, con demasiados puntos muertos tratando de pactar hacia dónde deseaban hacer avanzar la velada. Suerte que la cantante y su mano derecha, el pianista y compañero artístico Sullivan Fortner, se ajustan a la perfección y encuentran los lugares idóneos para hacer progresar el paseo jazzístico de la cantante de Miami. No en balde, McLorin Salvant se hizo con el concurso Thelonious Monk en 2010, con tres premios Grammy consecutivos al Mejor Álbum Vocal de Jazz y con numerosos galardones como la Beca MacArthur y el Premio al Artista Doris Duke. De madre francesa y padre haitiano, la trayectoria musical de Salvant comenzó a temprana edad, con clases de piano clásico a los cinco años y, posteriormente, con clases de canto clásico y estudios de jazz en Francia. Todo ello son muestras pertinentes de que la suerte de Cécile se entronca en un persistir en el empeño de hacerse cada día mejor, más cerca de las grandes, con Sarah Vaughan como la más cercana en rango y riesgo.

Lo que se decía de la Vaughan vale también para McLorin. Posee un instrumento versátil hasta extremos insospechados y está facultada para asumir aventuras de toda índole, pero a menudo el exceso de técnica juega en su contra, hasta el punto de hacerle perder cierto calor que ya trae consigo disuelto en su genética. A Getxo llegó dispuesta a congraciarse con el público, pero costó más de lo esperado conseguir la conexión que adelantaba saberse con todas las butacas del auditorio vendidas. Abrió fuego con “What is Love”, y ya pudo comprobarse que iba a costar más de lo imaginado alcanzar temperatura. La superdotación tiene a menudo esos peligros, un cierto grado de ensimismamiento en los progresos vocales que contrastaban con los recursos del pianista para tratar de seguir los pasos insospechados que iba marcando la cantante. “The Boy Next Door” siguió por los mismos derroteros (no hizo olvidar la versión de Bill Evans en Explorations ni la de la Vaughn en Sassy, pero abrió un camino interesante), con esa versión que encontraba nuevos territorios para lo que contaba Judy Garland en Meet Me In St. Louis (1944). Tres cuartos de lo mismo ocurrió con la reinterpretación de “Stars”, una sentida balada que el enorme y siempre discreto Fred Hersch puso en pie junto a la voz de Norma Winstone para el elegante Songs & Lullabies (2003). Aquí Cécile no dudó en reivindicar la figura del pianista, y habló maravillas del artista de Cincinnati y maestro de otros que se han hecho grandes a su vera. Por si no había quedado claro todavía, con esta composición tratada a modo de nana, la voz de la cantante se agigantó y no hubo duda de las capacidades del instrumento que maneja para expresar el mundo y sus interioridades.

Todavía estaba el público buscando una suerte de swing, algo a lo que aferrarse o, simplemente, un ritmo con el que dejar ir los pies, pero entre los despistes de Sullivan con el teclado eléctrico y las lecturas de algo parecido al “Just Around the Riverbend” de Pocahontas, la cosa pintaba peliaguda. Pero sucedió no inesperado: Sonaron los primeros compases del “Puro teatro” de La Lupe y todo cobró sentido. El contrabajo de Yasushi Nakamura, que hasta entonces andaba algo descompuesto, alzó el vuelo ofreció su mejor versión, cabalgando a gusto, lo mismo que la batería de Kyle Poole, asumiendo el dramatismo de la pieza con decisión y talento. Ahí todo cambió, y el concierto ya fue un camino de rosas tanto para artistas como para público, hermanados en los progresos, improvisaciones –menos en el repertorio en español, desde luego- y dramaturgia de la cantante de Florida. Con “I Lost My Darling” continuó la magia y el romance, que alcanzó nuevas cotas de conexión y entrega al encarar el “Te vi” de Fito Páez via Caetano Veloso. La apoteosis llegó con las “Burbujas de Amor” de Juan Luis Guerra, una bachata con la que Cécile recordó las dotes del español para conjugar a partes iguales poesía y lascivia. El arreglo sí mereció todos los vítores.

Con el swing ya aparecido en “Ridin’ High”, la penúltima de las piezas, la entrega y la comunión eran ya absolutas. Pero todavía quedaba una sorpresa final: la revisión en clave bolero-son de “Gracias a la vida” de Violeta Parra. Las más de setecientas butacas puestas en pie para recordar el motivo por el que se acerca uno a las salas de conciertos, que no es otro que dejarse sorprender por las maravillas del mundo. Qué más da si Cécile y los suyos van a su aire, cuando el resultado hincha los corazones y consigue hacerlos latir al unísono. Pues eso, sure erara siempre.

Ni el saxofonista César Vidal, que abrió la noche en el pase de concurso, al frente de la Artikulation Band, ese quinteto multinacional que reúne a instrumentistas de Italia, Chile y España, con los que establece un nutritivo diálogo entre lo acústico y lo digital, habría imaginado un cierre de la velada tan apoteósico.

Julio 06, 2025

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo II

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo II

48º FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE GETXO II

05

Julio, 2025

3 julio 2025, Muxikebarri

Texto: Enrique Turpin

Fotos: Pedro Urresti

 

IMB SPECIAL 4tet / PAQUITO D’RIVERA QUINTETO

Lo malo de los volcanes es que te pille cerca su onda expansiva. Lo bueno, que uno conoce muy de cerca el poder inconmensurable de la naturaleza. Como hablar de volcanes y de Paquito d’Rivera es la misma cosa, apliquen el cuento a tenerlo próximo cuando te toca actuar antes que él; lo mismo que les pasó a unos barbilampiños Rolling Stones, que dijeron aquello de nunca más cuando antes que ellos, dejó caer su show James Brown. El azar tiene esas cosas

Hechas las presentaciones, habrá que convenir que el papelón que debían defender los IMB Special 4tet no era fácil, pero cubrieron las expectativas, y eso ya es mucho para una formación que no lleva ni un año de recorrido compartido. Lo tenían difícil para alzar el vuelo, por más que fueran ellos quienes abrían fuego en las segunda jornada del Festival. Tras los nervios iniciales, se vieron buenas dotes que habrán de ir a más conforme avance la trayectoria del grupo, pero ya puede adelantarse que supieron esquivar la ortodoxia con solvencia. David Guerreiro es un contrabajista que tiene toque y Éber González demostró que es un baterista que mantiene firme el pulso del grupo. Algo más deslucida fue la intervención del trombonista José Diego Sarabia, pero estuvo bien arropado por la profesionalidad del líder y saxo tenor y soprano Iván Muñoz, que llevaba la voz cantante del cuarteto y se encargaba de los arreglos, como el “Nardis” de Miles Davis, que aquí trasladaron reinventándola a un connotativo “Nardo” (en castellano hay que vigilar con las polisemias, tan dados como somos a la escatología y a la picaresca). Todo bien, en especial el soprano de Iván Muñoz. Las llamadas y respuestas se fueron sucediendo, un tanto rígidas y previsibles, hasta que llegó con pulso firme el homenaje a sus mentores en la sombra, el apadrinamiento distanciado de Dave Holland Prime Directive. Y sí, lejos quedan de los Robin Eubanks, Chris Potter o Billy Kilson, pero las ansias también ayudan a definir facultades siempre que la voluntad no decaiga. Si esos han de ser sus luminarias, amén a ello. Y que los dioses repartan suerte. Cerraron la actuación con un “Hurry Up!” que logró poner un buen colofón a la actuación, al confirmar que el IMB Special 4tet sabe ir de menos a más. Pasar por Nueva Orleans, recalar en los barrios criollizados latentes de funk, siempre viene bien. Ánimo.

Qué tendrán los volcanes, nos seguimos preguntando, que atraen con la misma fuerza con la que suele huirse de ellos. El clarinetista y saxofonista Paquito D’Rivera (La Habana, 1948) es de los más activos, ya desde su tierna infancia. Así lo recordó al respetable cuando explicó la anécdota en la que habló del disco con el que se presentó su padre en casa en sus años mozos, una actuación inédita de Benny Goodman en el Carnegie Hall (‘carne y frijol’ entendió la pobre criatura). Y sí, Paquito es todo magma, todo erupción, todo alegría –eso de la alegría y el humor todavía tiene mala fama en el mundo del arte, y si no que se lo pregunten al abad Jorge de Burgos, aquel oscuro detractor del Segundo Libro perdido de la Poética de Aristóteles que discutía sobre el asunto con el antiguo inquisidor Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa. La comedia es lo más cercano a lo humano, y al mismo tiempo lo más sospechoso. Algo parecido sucede con las artes que las adoptan como materia de cambio y como premisa para el goce. A Paquito y los suyos eso les trae al pairo. La cosa va de aquello que decía Duke Ellington al referirse a la música, que sólo hay dos, la buena y la otra. De eso iba la cosa. Y que ría quien sepa y pueda.

El quinteto que ha fraguado bajo la premisa de lo bueno lo mejor, esa conexión Madrid-New York, ha dado como fruto la grabación de La Fleur de Cayenne (Sunnyside, 2025), el disco que traía bajo el brazo y que acaba de empezar a rodar para alegría de sus seguidores, los mismos que ayer hicieron colgar el de cartel de ‘Sold Out’ en el Muxikebarri. No caen todos los días 18 premios Grammy, que son los que lleva el de Marianao a sus espaldas, ni se convierte uno en leyenda de la nada con el reconocimiento de su talento en el jazz latino, así como por sus logros como compositor clásico. Quien fuera miembro fundador de la Orquesta Cubana de Música Contemporánea, asimismo fundador y codirector del renombrado e innovador grupo musical Irakere, donde también profesaba su genial amigo Arturo Sandoval y otros tantos genios de la improvisación caribeña, ese niño prodigio, decimos, hace natural lo extraordinario. Hay que echarle horas para que eso ocurra. Horas y disposición genética, que todo ayuda cuando los hados tienen ganas de jugar a convertir a alguien en eterno.

“Miriam”, con ecos familiares de Bebo Valdés y Camilo Cortina, es buena prueba de lo aquí expuesto. El bolero se hace danzón, pasa por el Hudson y regresa al Caribe convertido en una maravilla plena de sentimiento y dulzor. Con el saxo alto, Paquito se propuso hacer diabluras y a fe que lo consiguió. Le tocó luego el turno a “Nocturno en la Celda”, el homenaje con el que Pepe Rivero –el primero de los reclutados para este nuevo proyecto musical, tal y como el maestro Gillespie le enseñó al cubano universal en la United Nation Orchestra– trajo al Golfo de México las partituras de Chopin, siempre con swing, como reclamaba el no menos grande Cachaíto. Ahí se dejaron ver, además del pianista de Manzanillo, el trabajo enorme del vibrafonista colombiano Sebastián Laverde, estiloso y facultado como pocos para traer a nosotros las cadencias del joropo de su tierra, una música folklórica y festiva en la que el baile y la música se dan la mano para hacer benevolentes a los dioses con los mortales. D’Rivera, ya con el clarinete, no permitió que decayera la fiesta, y todo se conjuró para que con “El bajonauta” hiciera su aparición estelar Reinier ‘El Negrón’ Elizarde. Ya lo dijo Paquito, que la composición no iba a favor sino en contra de los bajistas, haciendo honor literal a eso de ‘contrabajo’, ‘contra el bajo’ y ‘con trabajo’, muchos juegos de palabras para alguien dado a ellas (recuerden sus memorias Mi vida saxual). En medio de la improvisación apareció un “Land of 1000 dances” que acabó en forma de blues, para señalar que todo viene de un mismo lugar, es decir del Golfo de México, más exactamente de Nueva Orleans. “¿No era también de allí Mozart?”, se preguntaba Paquito. Con el ataque al Segundo Movimiento del Concierto para clarinete y orquesta del genial Amadeus quedó claro que no podía ser de otro lugar.

En manos de este quinteto conectadísimo todo sale fácil. Así pasan de una “Milonga Gris” a un bolero-bossanova que Paquito compuso en la noche toledana en la que su amigo y mentor Dizzy Gillespie –el Dizzy- falleció el Día de Reyes de 1993. Menudo regalo le cayó post-mortem (aunque sigue más vivo que nunca, todo habrá que decirlo), complejo en lo musical, sentido en lo emocional, enciclopédico en lo cerebral, con homenajes en forma de citas a “Night in Tunisia” o “Tin Tin Deo”, esta vez con el líder al saxo. “Toca bonito”, así con acento brasileño, parecía oírse decir al Dizzy desde las alturas. Mientras, el volcán seguía en erupción, sólo interrumpida por las graciosas intervenciones memorialísticas de Paquito.

El grupo funciona bien engrasado. Prueba de ello fue el arreglo sobre un vals venezolano, que fue arreglado con el pensamiento de que fueran otros músicos superdotados quienes lo anzaran. Con humildad sin retórica, Paquito dejó en manos de Sebastián Laverde las labores de liderazgo, lo mismo que luego iba a hacer cuando tomara las riendas Pepe Rivero de la preciosa lectura de la “Suite Andalucía” de Ernesto Lecuona, el compositor de la universal “Siboney”, entre tantas otras. Ya puestos en materia, casi al cierre del concierto dejaron caer una sentida “Ansiedad” que apaciguaba las fiereza de lo que se había dado hasta , que insufló más vida si cabe a la cabalgada grupal. Ahí sobresalió el destacadísimo baterista Georvis Pico Milian Pero como con los volcanes uno nunca sabe, pusieron el colofón con un bis donde la guaracha y el sabor de Cuba se mezcló con todas las músicas que hacen de esta conexión madrileño-neoyorquina algo ya de obligada escucha. Como para recordarnos que las notas han de acompañarse de movimientos acompasados, el salseo final puso a Paquito a bailar. No eran espasmos por el propio bullir del grupo, eran verdaderos pasos de baile. Tras lo vivido, bien puede afirmarse que sí, que los volcanes, por mucha fiereza que contengan, también son benefactores. Es así como uno alcanza las sábanas feliz, a la espera de más milagros naturales éste. Algo así como una suerte de ceniza en los zapatos dejó cuenta de que todo lo vivido no fue un sueño. Ya sólo queda agradecer y esperar otra epifanía maravillosa.

Julio 05, 2025

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo I

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo I

48º FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE GETXO I

04

Julio, 2025

2 julio 2025, Muxikebarri

Texto: Enrique Turpin

Fotos: Pedro Urresti

 

Como manda la tradición, la primera cita estival del jazz en Euskadi se abre nuevamente en Getxo, que con la actual ya está cerca del medio centenar de ediciones. Le seguirán Vitoria y Donostia, pero el encuentro vizcaíno persigue y auspicia como pocos el apoyo a las nuevas generaciones de jazzmen (uf, difícil encontrar otra palabra que atesore lo genérico) con la continuación del concurso europeo de nuevas bandas, y eso hace ya mucho tiempo que es marca distintiva del Festival.

En esta ocasión, los primeros en abrir fuego son los componentes de Eneko Diéguez Quartet, una joven formación surgida en 2021 en el entorno del Musikene el Centro Superior de Música del País Vasco, que viene dando grandes alegrías al aficionado al haberse convertido en un punto de encuentro activo para los amantes de la música. El cuarteto de Eneko Diéguez no es una excepción y, actualizando las labores de liderazgo de una banda en este nuevo signo de los tiempos tan atento a sensibilidades diversas y múltiples —incluso en la realidad de una misma persona. De ahí que el mando sea flexible, discreto al tiempo que firme. La voz de Eneko Diéguez, limpia y personalísima, muy cercana a una contemporaneidad que busca su espacio casi al día, pero que tiene clara la determinación de calar hondo, se hace sustancial y apunta alto. Claro que en sus fraseos se dejan oír las enseñanzas de Jimmy Giuffre, Lee Konitz o Joshua Redman, pero sobresale la inspiración que le llega de un artista de nuevo cuño como Immanuel Wilkins. Como el norteamericano, el toque de Eneko se muestra enormemente identificativo, reconocible, especial, o superior, que es lo que dicen en mi pueblo cuando algo pasa la criba de la normalidad y alcanza el grado de excelencia. Lo que vale para el morcón, el lomo embuchado y las ostras encebichadas también ha de valer para el jazz que aspira a protegernos en nuestro socorro cotidiano. El cuarteto viene desarrollando una intensa actividad en la escena vasca, de cuyo entorno inmediato se nutre para construir composiciones de raigambre folklórica, sin olvidar la música clásica del pasado siglo ni renunciar a vertebrarla con aportaciones del mundo del hip-hop, hoy ya una fuente insoslayable para esta música fagocitadora y centrípeta que sigue siendo el jazz desde sus inicios. A veces desde lo más ambiental, otras desde una fiereza contenida que viene del bebop y aterriza en el post-free, Eneko y los suyos hacen grande su propuesta y con ella, amplían nuevamente las fronteras de un género que alcanza sus mejores logros cuando deja que las tradiciones bien asumidas dialoguen entre ellas. No parece que habrán de seguir mucho tiempo juntos, pues Eneko parte a la Juilliard neoyorquina en breve. De momento, junto a Raúl Pérez (piano), Nicolás Alvear (bajo eléctrico) y Eneko Arbea (batería) ya han sentado las bases de un proyecto interesante, no es poca cosa. Ahora parece que se viene algo grande. Al tiempo.

La apuesta segura con la que el Festival abre sus puertas grandes no es otra que la legendaria Rhoda Scott, en esta ocasión al frente del Lady Quartet, formación que lleva ya más de cuatro lustros de recorrido a sus espaldas. La gran dama del Hammond Organ, Legión de Honor en el país que lleva acogiendo a la norteamericana (New Yersey, 1938), ha reinventado sus días con su Lady Quartet, haciendo de la reivindicación vital una forma vida, a la altura de su técnica improvisadora o su estilo desnudo a la hora de abordar los pedales del instrumento, descalza desde que su padre, pastor metodista itinerante, la permitiera ponerse al frente del teclado. Desde entonces, viene ofreciendo una suerte de jazz-soul influenciado por múltiples fuentes, todas ellas de vitalidad contrastada y ricas en nutrientes festivos. Sí, la otra Scott (Shirley) fue más osada, pero a estímulos pocos ganaban a la entonces jovencísima Dorothy (Rhoda), quien a sus siete años ya andaba zambullida en las sonoridades mágicas del órgano, para regocijo de fieles y orgullo parental, algo que no ha cesado hasta hoy. Prueba de ello fue el espectáculo ofrecido en el Muxikebarri, que estrenaba iluminación escénica para la ocasión (o al menos, renovada desde la última edición). Rhoda Scott hizo aquello que ya había hecho en Francia allá por los años sesenta y que César fijó como lema: llegó, vio, venció. Ella, además convenció. No hubo de hacer demasiados esfuerzos, pues el respetable andaba con ganas de diversión y los precios populares —gran acierto— ayudaron a satisfacer el alma de muchos entusiastas del jazz boogalizado, ese pariente díscolo del hardbop que le dio por trasladar la vibración musical eclesiástica a los escenarios, para disgusto de los más ortodoxos y alegría de quienes saben que un buen golpe de cadera puede hacerte ganar los cielos. De ahí que cerraran con el clásico de clásicos “What I’d Say” que fue reimaginado al mando y órdenes de Julie Saury, otra gran dama de la batería, el toque rítmico que aporta el gesto de contemporaneidad al grupo de féminas que lidera Rhoda Scott y que cerraba el elocuente y reivindicativo álbum We Free Queens (2017). De ese mismo trabajo extrajeron la funkificada “I Wanna Move” para recordarnos que los vientos no sólo beben de Stan Getz o Stanley Turrentine, también de King Curtis, Houston Pearson y Maceo Parker. La rigidez gestual de las saxofonistas de la formación —hablar de grisura ya sería caer en la ofensa— no se traslada, por suerte, a la música que arrancan de sus instrumentos. Sophie Alour se lleva los galones compositivos, dado que, el grueso de los temas provienen del último de los trabajos firmados por el cuarteto, Ladies and Gentlemen (2024), del que también dejaron rastros con el reverencial “MD Blues”, “Tricky Lady”, “Tyty” o “Dreamers”. También aporta lo suyo Lisa Cat-Berro, que hizo logró llevar su saxo alto a cotas de sedosidad muy cálidas y fantasiosas. Para romper la rigidez reinante ya se pintaba sola la gran Rhoda Scott, que con un manejo variadísimo de estrategias sónicas, hizo viajar al público a aquellos años en los que el sonido de un amplificador Leslie parecía una osadía herética allende las paredes de la iglesia. Pero como lo sagrado no entiende de circunscripciones, también encuentra eco en las salas de concierto, los antros portuarios o las ceremonias laicas en las que la alegría por existir se haga un hueco entre las advertencias que hacen del miedo al infierno un arma de control masivo. Lejos queda ya aquel Hey! Hey! Hey! con el que triunfara allá por 1962. Un triunfo compartido a este lado del Atlántico junto a Lou Bennet, apátridas que habían decidido trasladar las bonanzas de su instrumento a la rivera europea, haciendo de puente para que Jimmy Smith, Lonnie Smith o Brother Jack McDuff siguieran ayudando en la causa en un trasvase de influencias que dura hasta hoy. Rhoda Scott forma parte de esa nómina de pioneros. Sabe que la lucha nunca cesa. Su Lady Quartet así lo asume. Si hay que pelear, que sea con alegría. Si hay que guerrear, que sea con fiereza, y que el mundo nos pille bailando. Con Rhoda Scott eso está garantizado. Nunca falla.

Julio 04, 2025

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