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48º FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE GETXO I

04

Julio, 2025

2 julio 2025, Muxikebarri

Texto: Enrique Turpin

Fotos: Pedro Urresti

 

Como manda la tradición, la primera cita estival del jazz en Euskadi se abre nuevamente en Getxo, que con la actual ya está cerca del medio centenar de ediciones. Le seguirán Vitoria y Donostia, pero el encuentro vizcaíno persigue y auspicia como pocos el apoyo a las nuevas generaciones de jazzmen (uf, difícil encontrar otra palabra que atesore lo genérico) con la continuación del concurso europeo de nuevas bandas, y eso hace ya mucho tiempo que es marca distintiva del Festival.

En esta ocasión, los primeros en abrir fuego son los componentes de Eneko Diéguez Quartet, una joven formación surgida en 2021 en el entorno del Musikene el Centro Superior de Música del País Vasco, que viene dando grandes alegrías al aficionado al haberse convertido en un punto de encuentro activo para los amantes de la música. El cuarteto de Eneko Diéguez no es una excepción y, actualizando las labores de liderazgo de una banda en este nuevo signo de los tiempos tan atento a sensibilidades diversas y múltiples —incluso en la realidad de una misma persona. De ahí que el mando sea flexible, discreto al tiempo que firme. La voz de Eneko Diéguez, limpia y personalísima, muy cercana a una contemporaneidad que busca su espacio casi al día, pero que tiene clara la determinación de calar hondo, se hace sustancial y apunta alto. Claro que en sus fraseos se dejan oír las enseñanzas de Jimmy Giuffre, Lee Konitz o Joshua Redman, pero sobresale la inspiración que le llega de un artista de nuevo cuño como Immanuel Wilkins. Como el norteamericano, el toque de Eneko se muestra enormemente identificativo, reconocible, especial, o superior, que es lo que dicen en mi pueblo cuando algo pasa la criba de la normalidad y alcanza el grado de excelencia. Lo que vale para el morcón, el lomo embuchado y las ostras encebichadas también ha de valer para el jazz que aspira a protegernos en nuestro socorro cotidiano. El cuarteto viene desarrollando una intensa actividad en la escena vasca, de cuyo entorno inmediato se nutre para construir composiciones de raigambre folklórica, sin olvidar la música clásica del pasado siglo ni renunciar a vertebrarla con aportaciones del mundo del hip-hop, hoy ya una fuente insoslayable para esta música fagocitadora y centrípeta que sigue siendo el jazz desde sus inicios. A veces desde lo más ambiental, otras desde una fiereza contenida que viene del bebop y aterriza en el post-free, Eneko y los suyos hacen grande su propuesta y con ella, amplían nuevamente las fronteras de un género que alcanza sus mejores logros cuando deja que las tradiciones bien asumidas dialoguen entre ellas. No parece que habrán de seguir mucho tiempo juntos, pues Eneko parte a la Juilliard neoyorquina en breve. De momento, junto a Raúl Pérez (piano), Nicolás Alvear (bajo eléctrico) y Eneko Arbea (batería) ya han sentado las bases de un proyecto interesante, no es poca cosa. Ahora parece que se viene algo grande. Al tiempo.

La apuesta segura con la que el Festival abre sus puertas grandes no es otra que la legendaria Rhoda Scott, en esta ocasión al frente del Lady Quartet, formación que lleva ya más de cuatro lustros de recorrido a sus espaldas. La gran dama del Hammond Organ, Legión de Honor en el país que lleva acogiendo a la norteamericana (New Yersey, 1938), ha reinventado sus días con su Lady Quartet, haciendo de la reivindicación vital una forma vida, a la altura de su técnica improvisadora o su estilo desnudo a la hora de abordar los pedales del instrumento, descalza desde que su padre, pastor metodista itinerante, la permitiera ponerse al frente del teclado. Desde entonces, viene ofreciendo una suerte de jazz-soul influenciado por múltiples fuentes, todas ellas de vitalidad contrastada y ricas en nutrientes festivos. Sí, la otra Scott (Shirley) fue más osada, pero a estímulos pocos ganaban a la entonces jovencísima Dorothy (Rhoda), quien a sus siete años ya andaba zambullida en las sonoridades mágicas del órgano, para regocijo de fieles y orgullo parental, algo que no ha cesado hasta hoy. Prueba de ello fue el espectáculo ofrecido en el Muxikebarri, que estrenaba iluminación escénica para la ocasión (o al menos, renovada desde la última edición). Rhoda Scott hizo aquello que ya había hecho en Francia allá por los años sesenta y que César fijó como lema: llegó, vio, venció. Ella, además convenció. No hubo de hacer demasiados esfuerzos, pues el respetable andaba con ganas de diversión y los precios populares —gran acierto— ayudaron a satisfacer el alma de muchos entusiastas del jazz boogalizado, ese pariente díscolo del hardbop que le dio por trasladar la vibración musical eclesiástica a los escenarios, para disgusto de los más ortodoxos y alegría de quienes saben que un buen golpe de cadera puede hacerte ganar los cielos. De ahí que cerraran con el clásico de clásicos “What I’d Say” que fue reimaginado al mando y órdenes de Julie Saury, otra gran dama de la batería, el toque rítmico que aporta el gesto de contemporaneidad al grupo de féminas que lidera Rhoda Scott y que cerraba el elocuente y reivindicativo álbum We Free Queens (2017). De ese mismo trabajo extrajeron la funkificada “I Wanna Move” para recordarnos que los vientos no sólo beben de Stan Getz o Stanley Turrentine, también de King Curtis, Houston Pearson y Maceo Parker. La rigidez gestual de las saxofonistas de la formación —hablar de grisura ya sería caer en la ofensa— no se traslada, por suerte, a la música que arrancan de sus instrumentos. Sophie Alour se lleva los galones compositivos, dado que, el grueso de los temas provienen del último de los trabajos firmados por el cuarteto, Ladies and Gentlemen (2024), del que también dejaron rastros con el reverencial “MD Blues”, “Tricky Lady”, “Tyty” o “Dreamers”. También aporta lo suyo Lisa Cat-Berro, que hizo logró llevar su saxo alto a cotas de sedosidad muy cálidas y fantasiosas. Para romper la rigidez reinante ya se pintaba sola la gran Rhoda Scott, que con un manejo variadísimo de estrategias sónicas, hizo viajar al público a aquellos años en los que el sonido de un amplificador Leslie parecía una osadía herética allende las paredes de la iglesia. Pero como lo sagrado no entiende de circunscripciones, también encuentra eco en las salas de concierto, los antros portuarios o las ceremonias laicas en las que la alegría por existir se haga un hueco entre las advertencias que hacen del miedo al infierno un arma de control masivo. Lejos queda ya aquel Hey! Hey! Hey! con el que triunfara allá por 1962. Un triunfo compartido a este lado del Atlántico junto a Lou Bennet, apátridas que habían decidido trasladar las bonanzas de su instrumento a la rivera europea, haciendo de puente para que Jimmy Smith, Lonnie Smith o Brother Jack McDuff siguieran ayudando en la causa en un trasvase de influencias que dura hasta hoy. Rhoda Scott forma parte de esa nómina de pioneros. Sabe que la lucha nunca cesa. Su Lady Quartet así lo asume. Si hay que pelear, que sea con alegría. Si hay que guerrear, que sea con fiereza, y que el mundo nos pille bailando. Con Rhoda Scott eso está garantizado. Nunca falla.

Julio 04, 2025

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