48º FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE GETXO III
CÉSAR VIDAL & ARTIKULATION BAND / CÉCILE McLORIN SALVANT
Lo de la serendipia coge siempre por sorpresa. Ya sabemos que es la propia condición de su existencia, pero a veces asombra más de lo esperado. La frase viene a cuento a propósito de la publicidad con la que se abre la actuación grande del Festival de Getxo, en un afán agradecidísimo por mostrar las bonanzas de una tierra que se defiende por sí misma desde hace milenios, aunque no viene mal darle un empujón divulgativo para potenciar las distintas facetas del territorio vasco. El minidocumental acaba con el lema ‘Zure erara”, que viene a significar algo así como ‘a tu manera’. En efecto, parece que la siempre sorprendente Cécile McLoren Salvant (Miami, 1989) ha tomado al pie de la letra la propuesta del gabinete turístico del Gobierno vasco para reivindicar sus propias armas con lema interpuesto. Qué decir de la gran Célice, si toda ella es puro ir a su manera, ya desde sus inicios. Desde aquel Woman Child (2013) hasta el último Mélusine (2023), lo suyo ha sido un adocenar prestigio y laureles por donde pisa. Con su For One To Love (2015) ya dejó claro que la cosa iba en serio. Ha pasado una década desde entonces, y las propuesta de Cécile sigue intacta, si acaso afinada y potenciada en seguridades. Que Cécile puede hacer lo que le venga en gana ya es lugar común. Pero que lo siga haciendo con la entereza y el riesgo amplificados empieza a marcar un antes y un después en su trayectoria. La inflexión aquí está en que ya no se pliega a concesiones vanas. Eso en mi casa es hacer lo que a uno le rote, obviando concesiones. Sin más. Por el camino dejó caer The Window (2018), lo que la condujo a un camino de no retorno en asuntos creativos.
En esta ocasión, la Cécile venía acompañada de un trío con el que se muestra suelta, natural y abierta a cuanto pueda surgir a lo largo del concierto, el penúltimo de su gira europea. Como si un avanzado descanso del guerrero se tratara, el grupo mostró que lo de la improvisación llega hasta lugares insospechados, ni setlist de canciones traía consigo. Qué importa eso cuando el talento sale por las orejas. En efecto, poco importó. Si acaso, algo de lastre pudo apreciarse en la continuidad y flujo del concierto, con demasiados puntos muertos tratando de pactar hacia dónde deseaban hacer avanzar la velada. Suerte que la cantante y su mano derecha, el pianista y compañero artístico Sullivan Fortner, se ajustan a la perfección y encuentran los lugares idóneos para hacer progresar el paseo jazzístico de la cantante de Miami. No en balde, McLorin Salvant se hizo con el concurso Thelonious Monk en 2010, con tres premios Grammy consecutivos al Mejor Álbum Vocal de Jazz y con numerosos galardones como la Beca MacArthur y el Premio al Artista Doris Duke. De madre francesa y padre haitiano, la trayectoria musical de Salvant comenzó a temprana edad, con clases de piano clásico a los cinco años y, posteriormente, con clases de canto clásico y estudios de jazz en Francia. Todo ello son muestras pertinentes de que la suerte de Cécile se entronca en un persistir en el empeño de hacerse cada día mejor, más cerca de las grandes, con Sarah Vaughan como la más cercana en rango y riesgo.
Lo que se decía de la Vaughan vale también para McLorin. Posee un instrumento versátil hasta extremos insospechados y está facultada para asumir aventuras de toda índole, pero a menudo el exceso de técnica juega en su contra, hasta el punto de hacerle perder cierto calor que ya trae consigo disuelto en su genética. A Getxo llegó dispuesta a congraciarse con el público, pero costó más de lo esperado conseguir la conexión que adelantaba saberse con todas las butacas del auditorio vendidas. Abrió fuego con “What is Love”, y ya pudo comprobarse que iba a costar más de lo imaginado alcanzar temperatura. La superdotación tiene a menudo esos peligros, un cierto grado de ensimismamiento en los progresos vocales que contrastaban con los recursos del pianista para tratar de seguir los pasos insospechados que iba marcando la cantante. “The Boy Next Door” siguió por los mismos derroteros (no hizo olvidar la versión de Bill Evans en Explorations ni la de la Vaughn en Sassy, pero abrió un camino interesante), con esa versión que encontraba nuevos territorios para lo que contaba Judy Garland en Meet Me In St. Louis (1944). Tres cuartos de lo mismo ocurrió con la reinterpretación de “Stars”, una sentida balada que el enorme y siempre discreto Fred Hersch puso en pie junto a la voz de Norma Winstone para el elegante Songs & Lullabies (2003). Aquí Cécile no dudó en reivindicar la figura del pianista, y habló maravillas del artista de Cincinnati y maestro de otros que se han hecho grandes a su vera. Por si no había quedado claro todavía, con esta composición tratada a modo de nana, la voz de la cantante se agigantó y no hubo duda de las capacidades del instrumento que maneja para expresar el mundo y sus interioridades.
Todavía estaba el público buscando una suerte de swing, algo a lo que aferrarse o, simplemente, un ritmo con el que dejar ir los pies, pero entre los despistes de Sullivan con el teclado eléctrico y las lecturas de algo parecido al “Just Around the Riverbend” de Pocahontas, la cosa pintaba peliaguda. Pero sucedió no inesperado: Sonaron los primeros compases del “Puro teatro” de La Lupe y todo cobró sentido. El contrabajo de Yasushi Nakamura, que hasta entonces andaba algo descompuesto, alzó el vuelo ofreció su mejor versión, cabalgando a gusto, lo mismo que la batería de Kyle Poole, asumiendo el dramatismo de la pieza con decisión y talento. Ahí todo cambió, y el concierto ya fue un camino de rosas tanto para artistas como para público, hermanados en los progresos, improvisaciones –menos en el repertorio en español, desde luego- y dramaturgia de la cantante de Florida. Con “I Lost My Darling” continuó la magia y el romance, que alcanzó nuevas cotas de conexión y entrega al encarar el “Te vi” de Fito Páez via Caetano Veloso. La apoteosis llegó con las “Burbujas de Amor” de Juan Luis Guerra, una bachata con la que Cécile recordó las dotes del español para conjugar a partes iguales poesía y lascivia. El arreglo sí mereció todos los vítores.
Con el swing ya aparecido en “Ridin’ High”, la penúltima de las piezas, la entrega y la comunión eran ya absolutas. Pero todavía quedaba una sorpresa final: la revisión en clave bolero-son de “Gracias a la vida” de Violeta Parra. Las más de setecientas butacas puestas en pie para recordar el motivo por el que se acerca uno a las salas de conciertos, que no es otro que dejarse sorprender por las maravillas del mundo. Qué más da si Cécile y los suyos van a su aire, cuando el resultado hincha los corazones y consigue hacerlos latir al unísono. Pues eso, sure erara siempre.
Ni el saxofonista César Vidal, que abrió la noche en el pase de concurso, al frente de la Artikulation Band, ese quinteto multinacional que reúne a instrumentistas de Italia, Chile y España, con los que establece un nutritivo diálogo entre lo acústico y lo digital, habría imaginado un cierre de la velada tan apoteósico.













