FRED HERSCH & SULLIVAN FORTNER
CNDM Jazz en el Auditorio
17
October, 2025
Texto: Pedro Andrade
Fotos: Rafa Martín. CNDM.
CONCERT REVIEW. In&OutJazz Magazine
CNDM. Jazz en el Auditorio. Fred Hersch, piano/ Sullivan Fortner, piano. Madrid, 30 de septiembre 202
DOS PIANISTAS, UN SOLO LATIDO
El ciclo Jazz en el Auditorio del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) abrió su temporada con un toque de magia: dos pianos frente a frente, dos generaciones y una sola respiración compartida. Fred Hersch (Cincinnati, 1955) y Sullivan Fortner (Nueva Orleans, 1986) ofrecieron algo más que un concierto: un diálogo entre el tiempo y la intuición, entre la sabiduría del maestro y la curiosidad luminosa del discípulo.
Desde el primer acorde se percibió que aquello no iba de virtuosismo, sino de escucha. Los dos pianos parecían conversar a media voz, como viejos amigos que se entienden con una mirada. Hersch, sereno, construía paisajes de aire y resonancia; Fortner respondía con destellos rítmicos y sonrisas armónicas. A veces uno proponía un camino y el otro lo desviaba con elegancia, como si el jazz fuera un juego de espejos donde nadie quiere ganar, sólo seguir descubriendo.
Hubo momentos de dueto, de pura comunión, en los que las líneas de ambos se entrelazaban hasta confundirse en un mismo pulso; y otros instantes en solo, donde cada pianista reveló su universo personal. Hersch, en sus intervenciones solitarias, mostró esa mezcla de introspección y claridad que lo cobija bajo el halo de Thelonious Monk, no tanto por las disonancias como por la lógica interior del silencio, por esa manera de hacer que cada pausa pese tanto como una nota. Su toque, claro y contenido, tiene algo de oración y de geometría: cada acorde parece buscar la belleza sin imponerla, cada pausa dice tanto como la nota. Es un músico que ha hecho del silencio una forma de resistencia, y en el escenario del Auditorio demostró que su legado no está hecho de grandilocuencia, sino de verdad.
Fortner, por su parte, trajo la alegría del sur, el pulso de Nueva Orleans, la herencia del ragtime y de los desfiles callejeros donde el ritmo y la improvisación se confunden con la vida misma. Su piano suena a calle, a iglesia, a baile y a contemplación. Donde Hersch dibuja con tinta fina, Fortner salpica color. Pero entre ambos no hay contraste, sino una complicidad natural: cuando uno lanza una idea, el otro la recoge con picardía, y de pronto todo se convierte en conversación alegre, en una celebración compartida.
No hubo repertorio cerrado ni artificio escénico. Lo que se escuchó fue una construcción en tiempo real, un diálogo que osciló entre la introspección y el juego, entre la memoria y la sorpresa. Dos pianistas escuchándose a fondo, respirando al mismo compás, inventando una belleza sin pretensión.
El público —atento, en todo momento— comprendió que asistía a algo irrepetible. En una época en la que todo parece acelerado, Hersch y Fortner recordaron que escuchar sigue siendo un acto de calma, de respeto y de amor.











