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48º FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE GETXO V

08

Julio, 2025

6 julio 2025, Muxikebarri

Texto: Enrique Turpin

Fotos: Pedro Urresti

L.A.B. TRIO / DAVE DOUGLAS QUARTET

Fresca todavía en la memoria la edición del Festival de 2024, el cierre del Getxo Jazz prometía ofrecer una velada de muchos octanos. Si el trío de Bill Frisell obró maravillas con aquel colofón pleno de asombros, no parecía que fuera a ser menos la propuesta del cuarteto de Dave Douglas, un intrépido en cualquier distancia, un músico abierto a la sorpresa y a seguir creciendo en cualquier contexto. A menudo, esos contextos los propicia la propia voluntad del trompetista de Montclair (Nueva Jersey, 1963), que mantiene con alimento suficiente su ingobernable capacidad para la investigación, la experimentación y el disfrute, barajados en cualquier orden, como se guste.

Con los ecos formidables de la Plaza de la Estación de Algorta, donde se pudo disfrutar del proyecto “Voices for The Duke”, un homenaje a Duke Ellington y Billy Strayhorn, dos grandes del jazz clásico que no dejarán de infundir pasión en las nuevas generaciones de artistas, como clásicos que son. Les dio vida un trío de cantantes de primer nivel integrado por Itxaso González, Nerea Arrieta y Carla Sevilla, junto con el pianista Marcos Salcines, haciendo entre todos que el swing se enseñoreara a escasos metros del Muxikebarri.

Con la alegría de haber conseguido el galardón del Concurso de Grupos, los miembros de L.A.B. Trio volvieron a hacer de las suyas, apuntando alto en la ambición y obligando a recordar al público las justas razones por las que han conquistado el premio de esta edición: frescura, electricidad medida, dosis inapelables de buen groove y un entendimiento soberbio entre sus componentes, preparando la pista para la esperada actuación del nuevo cuarteto de Dave Douglas.

Todos recordamos que la razón de ser del primer cuarteto de Dave Douglas, con él a la trompeta, Chris Potter al saxo tenor, James Genus al contrabajo y Ben Perowsky a la batería, trató en sus inicios de explorar el repertorio contemporáneo del jazz sobre la base de las composiciones de músicos como Steve Coleman, Henry Threadgill, Bill Frisell o Don Byron, pero pronto notaron que en la dificultad de congeniar todos aquellos elementos dispares iba a surgir la necesidad de componer material totalmente original, a fin de dar voz a la creatividad que emanaba del grupo. Para ello, Douglas renovó el repertorio con piezas propias y la banda terminó por convertirse en una de las más creativas e impredecibles del trompetista, mostrando una gran flexibilidad estilística y un enorme potencial para la improvisación, como astestiguan las grabaciones de Magic Triangle (1997) y Leap of Faith (1998), ambos firmados para el sello Arabesque. Aquello fue la muestra de que el líder y sus acompañantes llevaban en su código musical la capacidad para fusionar innovación y tradición, haciendo de la creación espontánea un espacio único en el mundo del jazz, y hasta hoy desde los tiempos del Masada de John Zorn. La presentación del grupo no iba desencaminada: “su música, que oscila entre la composición meticulosa y la improvisación espontánea, refleja una profunda comprensión del legado del jazz y una visión de futuro. El Cuarteto Douglas, con su íntima interacción musical, ofrece una experiencia auditiva a la vez personal y expansiva, que muestra la versatilidad y la profundidad emocional del jazz.” Para la ocasión, había montado un grupo del que dará fe la grabación que iban a realizar al día siguiente, aprovechando las bonanzas sonoras del entorno acústico del Auditorio Muxikebarri. Con Dave Douglas a los mandos, le acompañaban el elegante Nick Dunston al contrabajo, el fogoso y enciclopédico Joey Baron a la batería y la sorprendente y aguerrida Marta Warelis al piano. No olviden este nombre, que promete muchas alegrías, algunas ya las dejó entrever con su actuación, meticulosa, febril y en plenitud imaginativa. Fogueada en mil y una propuestas donde el free campa por sus respetos, Warelis lanzó un ancla que fondeó en el escenario para satisfacción de todos. La intro del bis así lo atestiguaba, un canto final al que se unió la sordina de Dave Douglas para tratar de hacerse escuchar en estos tiempos convulsos. A más sutilezas, más atención. El asunto era celebrar la humanidad en época inhumana, plagado el mundo de conflictos y desencuentros con la esencia de lo que somos. Y es que, es verdad, somos violentos, pero también somos relato, y mucho más que todo ello, cultura, progreso, deseo y vivacidad. La violencia y la ambición desmedida se nos supone, como el valor en el campo de batalla; pero en ese ser algo más cifra sus esperanzas la música del Dave Douglas Quartet.

Lo que hace de Douglas un trompetista tan versátil es su capacidad para conectar con nuevos músicos y nuevas audiencias. Conoce la fuerza que emana de la juventud y ha decidido apropiarse de esa energía para su nuevo proyecto a cuarteto, tal y como Miles Davis hiciera con su segundo gran cuarteto en los sesenta. La expansión armónica de su nuevo modalismo se enlaza con los aires renovados del equipo, logrando momentos de improvisación libre con meditaciones trabadas desde la escritura en pentagrama. La agilidad, elocuencia y dinamismo de Warelis —casi siempre desde la mitad alta del piano, como si le bastasen las cuarenta y cuatro teclas de la derecha para contar lo que precisa— se corresponde con la pericia de Dunston manteniendo la pulsión —a veces alcanzando pasajes narcotizantes— y estructurando las piezas; mientras, Joey Baron a lo suyo, que no es otra cosa que aprehender el espíritu de las composiciones y ofrecerles una lectura entre íntima y fiera, según requiera la ocasión, sin olvidar los maravillosos medios tiempos en los que nos cuenta verdaderamente con quién nos las tenemos. Nunca falla. Lo suyo sigue siendo trasvasar cualquier frontera genérica, lo mismo que su líder, sin inmutarse. Y lo mismo toca sin baquetas que aporreándolas como loco a las puertas de un castillo.

Curioso resulta, después de tantos años, reconocer ciertas debilidades de la edad en Douglas. Siempre compuso su figura con gestos que delataban su sensibilidad, pero en esta ocasión pudo apreciarse que lo que delataba su silueta era que los años no pasan en balde. Se nota en cómo baja el eje de gravedad del cuerpo y el contorno de sus piernas dibuja un arco de ciento sesenta grados desde la cadera a sus pies. Inevitable. Lo bueno, que lo que surge de su trompeta permanece intacto, si acaso más afinado y con la sabiduría acumulada de los años de ruta y magisterio compartido. La edad también se hace notar en el calzado, y uno ya no sabe si las zapatillas deportivas son moda o el recurso estético que enmascara la edad de los metatarsos. Sea como fuere, el asunto no trabaja en detrimento de las músicas que ofrecen, sino que es apunte nostálgico por la época en la que lo cool era más que una actitud de vestimenta y apuntaba a reivindicaciones sociopolíticas evidentes (olviden echarle la culpa al hippismo, la cosa tiene muchas aristas…).

Los cierres de tema los iba marcando Douglas, y el cuarteto se mostraba maduro para encarar la grabación al día siguiente de las composiciones que presentaron en el mismo escenario que acogería a los músicos y a los ingenieros de sonido (habrá que seguirle los pasos al resultado, que seguramente verá la luz en Greenleaf Music, la discográfica que Douglas montara en honor a su padre Damon Greenleaf Douglas allá por 2005). LA cúspide del concierto llegó con la séptima de las composiciones, una suerte de réquiem rebosante de emoción, delicadeza y sentimiento. No hubieron ni fotos ni apenas aplausos de rigor. Por estos lares, a eso se le llama torear. De haber sido torero de verdad, Douglas habría salido con dos orejas y el rabo por la puerta grande del ruedo-auditorio. Así de brava fue la actuación. Ahora queda esperar los frutos del todo ello en el consiguiente disco, con la marca de Getxo ya indeleble en su génesis.

Julio 08, 2025

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