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48º Festival Internacional de Jazz de Getxo V

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo V

48º FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE GETXO V

08

Julio, 2025

6 julio 2025, Muxikebarri

Texto: Enrique Turpin

Fotos: Pedro Urresti

L.A.B. TRIO / DAVE DOUGLAS QUARTET

Fresca todavía en la memoria la edición del Festival de 2024, el cierre del Getxo Jazz prometía ofrecer una velada de muchos octanos. Si el trío de Bill Frisell obró maravillas con aquel colofón pleno de asombros, no parecía que fuera a ser menos la propuesta del cuarteto de Dave Douglas, un intrépido en cualquier distancia, un músico abierto a la sorpresa y a seguir creciendo en cualquier contexto. A menudo, esos contextos los propicia la propia voluntad del trompetista de Montclair (Nueva Jersey, 1963), que mantiene con alimento suficiente su ingobernable capacidad para la investigación, la experimentación y el disfrute, barajados en cualquier orden, como se guste.

Con los ecos formidables de la Plaza de la Estación de Algorta, donde se pudo disfrutar del proyecto “Voices for The Duke”, un homenaje a Duke Ellington y Billy Strayhorn, dos grandes del jazz clásico que no dejarán de infundir pasión en las nuevas generaciones de artistas, como clásicos que son. Les dio vida un trío de cantantes de primer nivel integrado por Itxaso González, Nerea Arrieta y Carla Sevilla, junto con el pianista Marcos Salcines, haciendo entre todos que el swing se enseñoreara a escasos metros del Muxikebarri.

Con la alegría de haber conseguido el galardón del Concurso de Grupos, los miembros de L.A.B. Trio volvieron a hacer de las suyas, apuntando alto en la ambición y obligando a recordar al público las justas razones por las que han conquistado el premio de esta edición: frescura, electricidad medida, dosis inapelables de buen groove y un entendimiento soberbio entre sus componentes, preparando la pista para la esperada actuación del nuevo cuarteto de Dave Douglas.

Todos recordamos que la razón de ser del primer cuarteto de Dave Douglas, con él a la trompeta, Chris Potter al saxo tenor, James Genus al contrabajo y Ben Perowsky a la batería, trató en sus inicios de explorar el repertorio contemporáneo del jazz sobre la base de las composiciones de músicos como Steve Coleman, Henry Threadgill, Bill Frisell o Don Byron, pero pronto notaron que en la dificultad de congeniar todos aquellos elementos dispares iba a surgir la necesidad de componer material totalmente original, a fin de dar voz a la creatividad que emanaba del grupo. Para ello, Douglas renovó el repertorio con piezas propias y la banda terminó por convertirse en una de las más creativas e impredecibles del trompetista, mostrando una gran flexibilidad estilística y un enorme potencial para la improvisación, como astestiguan las grabaciones de Magic Triangle (1997) y Leap of Faith (1998), ambos firmados para el sello Arabesque. Aquello fue la muestra de que el líder y sus acompañantes llevaban en su código musical la capacidad para fusionar innovación y tradición, haciendo de la creación espontánea un espacio único en el mundo del jazz, y hasta hoy desde los tiempos del Masada de John Zorn. La presentación del grupo no iba desencaminada: “su música, que oscila entre la composición meticulosa y la improvisación espontánea, refleja una profunda comprensión del legado del jazz y una visión de futuro. El Cuarteto Douglas, con su íntima interacción musical, ofrece una experiencia auditiva a la vez personal y expansiva, que muestra la versatilidad y la profundidad emocional del jazz.” Para la ocasión, había montado un grupo del que dará fe la grabación que iban a realizar al día siguiente, aprovechando las bonanzas sonoras del entorno acústico del Auditorio Muxikebarri. Con Dave Douglas a los mandos, le acompañaban el elegante Nick Dunston al contrabajo, el fogoso y enciclopédico Joey Baron a la batería y la sorprendente y aguerrida Marta Warelis al piano. No olviden este nombre, que promete muchas alegrías, algunas ya las dejó entrever con su actuación, meticulosa, febril y en plenitud imaginativa. Fogueada en mil y una propuestas donde el free campa por sus respetos, Warelis lanzó un ancla que fondeó en el escenario para satisfacción de todos. La intro del bis así lo atestiguaba, un canto final al que se unió la sordina de Dave Douglas para tratar de hacerse escuchar en estos tiempos convulsos. A más sutilezas, más atención. El asunto era celebrar la humanidad en época inhumana, plagado el mundo de conflictos y desencuentros con la esencia de lo que somos. Y es que, es verdad, somos violentos, pero también somos relato, y mucho más que todo ello, cultura, progreso, deseo y vivacidad. La violencia y la ambición desmedida se nos supone, como el valor en el campo de batalla; pero en ese ser algo más cifra sus esperanzas la música del Dave Douglas Quartet.

Lo que hace de Douglas un trompetista tan versátil es su capacidad para conectar con nuevos músicos y nuevas audiencias. Conoce la fuerza que emana de la juventud y ha decidido apropiarse de esa energía para su nuevo proyecto a cuarteto, tal y como Miles Davis hiciera con su segundo gran cuarteto en los sesenta. La expansión armónica de su nuevo modalismo se enlaza con los aires renovados del equipo, logrando momentos de improvisación libre con meditaciones trabadas desde la escritura en pentagrama. La agilidad, elocuencia y dinamismo de Warelis —casi siempre desde la mitad alta del piano, como si le bastasen las cuarenta y cuatro teclas de la derecha para contar lo que precisa— se corresponde con la pericia de Dunston manteniendo la pulsión —a veces alcanzando pasajes narcotizantes— y estructurando las piezas; mientras, Joey Baron a lo suyo, que no es otra cosa que aprehender el espíritu de las composiciones y ofrecerles una lectura entre íntima y fiera, según requiera la ocasión, sin olvidar los maravillosos medios tiempos en los que nos cuenta verdaderamente con quién nos las tenemos. Nunca falla. Lo suyo sigue siendo trasvasar cualquier frontera genérica, lo mismo que su líder, sin inmutarse. Y lo mismo toca sin baquetas que aporreándolas como loco a las puertas de un castillo.

Curioso resulta, después de tantos años, reconocer ciertas debilidades de la edad en Douglas. Siempre compuso su figura con gestos que delataban su sensibilidad, pero en esta ocasión pudo apreciarse que lo que delataba su silueta era que los años no pasan en balde. Se nota en cómo baja el eje de gravedad del cuerpo y el contorno de sus piernas dibuja un arco de ciento sesenta grados desde la cadera a sus pies. Inevitable. Lo bueno, que lo que surge de su trompeta permanece intacto, si acaso más afinado y con la sabiduría acumulada de los años de ruta y magisterio compartido. La edad también se hace notar en el calzado, y uno ya no sabe si las zapatillas deportivas son moda o el recurso estético que enmascara la edad de los metatarsos. Sea como fuere, el asunto no trabaja en detrimento de las músicas que ofrecen, sino que es apunte nostálgico por la época en la que lo cool era más que una actitud de vestimenta y apuntaba a reivindicaciones sociopolíticas evidentes (olviden echarle la culpa al hippismo, la cosa tiene muchas aristas…).

Los cierres de tema los iba marcando Douglas, y el cuarteto se mostraba maduro para encarar la grabación al día siguiente de las composiciones que presentaron en el mismo escenario que acogería a los músicos y a los ingenieros de sonido (habrá que seguirle los pasos al resultado, que seguramente verá la luz en Greenleaf Music, la discográfica que Douglas montara en honor a su padre Damon Greenleaf Douglas allá por 2005). LA cúspide del concierto llegó con la séptima de las composiciones, una suerte de réquiem rebosante de emoción, delicadeza y sentimiento. No hubieron ni fotos ni apenas aplausos de rigor. Por estos lares, a eso se le llama torear. De haber sido torero de verdad, Douglas habría salido con dos orejas y el rabo por la puerta grande del ruedo-auditorio. Así de brava fue la actuación. Ahora queda esperar los frutos del todo ello en el consiguiente disco, con la marca de Getxo ya indeleble en su génesis.

Julio 08, 2025

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo IV

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo IV

48º FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE GETXO IV

07

Julio, 2025

5 julio 2025, Muxikebarri

Texto: Enrique Turpin

Fotos: Pedro Urresti

L.A.B. TRIO / JOE LOVANO & MARCIN WASILEWSKI TRIO

“Lo bueno no es tan bueno hasta que muchos dan fe de su bondad”, ha dejado escrito Luis Alberto de Cuenca (último Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana) en su reciente poemario Ala de Cisne (2025). Él habla allí de unos barcos a los que hace alusión el clásico John Donne, y de algo más que el pudor me obliga a obviar, pero no le falta razón cuando advierte que las bondades teóricas son sólo eso, teorías, hasta que no se las confronta con la realidad y las confirma la mayoría aleccionada de mortales. Y lo bueno, lo es en cualquier disciplina. Luego queda el sometimiento al filtraje de los adiestrados, los que algo saben de la materia, pero lo bueno se hace mejor en su tránsito por el mundo. Si además es breve, ya saben.

Los asuntos musicales también pueden observarse bajo esa perspectiva. Bueno fue, qué duda cabe, el reencuentro de Joe Lovano con Marcin Wasilewski Trio, tras los largos Arctic Riff (ECM, 2020) y Homage (ECM, 2025), paralelos a los encuentros que el saxofonista viene propiciando junto a Marilyn Crispell y Carmen Castaldi, o lo que es lo mismo, el Trio Tapestry, con tres trabajos hasta la fecha. Música atmosférica plagada de matices en los que el maestro de Cleveland (1952) ha logrado una aproximación simbiótica desde nuevos territorios donde prosperar, tras la huella de sus pasos en Blue Note. Con los de Wasilewski se atreve hasta con los gongs provenientes del suroeste asiático. Una ristra de ellos emplazados junto al piano apuntan los nuevos aires espirituales y meditativos de piezas como “Love in the Garden” (un original del violinista polaco Zbigniew Seifert, convertido en preciosa balada) y “Golden Horn”, pero el asunto cobra vuelo con “Homage” y “Projection”, convirtiéndose en el ajuste de cuentas del saxofonista norteamericano con el Festival de Gexto, tras una primera visita del bueno de Joseph Salvatore Lovano un tanto accidentada que dejó sabores más agrios que dulces, allá por 2015. Esta vez le dio la vuelta al calcetín y, desde la perspectiva de los años y el relax propiciado por las bonanzas vizcaínas, convirtió el escenario en su patio de recreo al que, con algunas deserciones, el auditorio acabó dando el visto bueno.

Hay un gesto de generosidad mutua en esta relación que han establecido el trío de Wasilewski y Lovano, pues ninguno de ellos necesita del otro para demostrar su valía, pero juntos entienden que aumentan sus enteros. Unidos suman. Lo saben y hacen por encontrarse en la medida de lo posible. El Muxikebarri fue testigo de los progresos del grupo como un organismo tentacular de un solo corazón. Ya con el clarinete, ya con el saxo tenor, la parte madura del liderazgo trabó una conversión diáfana y fluida con el resto de los miembros y se atisbó un intercambio de ideas altamente fructífero. Piensan al unísono, y eso se nota. Tanto da si el contrabajo de Slawomir Kurkiewicz persigue quimeras o la batería de Michal Miskiewicz busca dragones, porque el caso es que todos apuntan alto, firme y compactados, congeniados. Así no hay monstruo que se resista. Masilewski, mientras, a lo suyo, dueño como pocos de su instrumento, evita lo sentencioso y alardea de lirismo desde la humildad de un proyecto común. Thelonious is alive!, parece decir el teclado, pero los gestos à la Jarrett lo delatan: se levanta, se sienta, salta o tatarea… Casi se le oía recordar que con el nombre de Simple Acoustic Trio, los tres ganaron el concurso de grupos del 20º Getxo Jazz, alzándose el mismo Wasilewski con el premio al mejor instrumentista. Han pasado muchos años, pero ellos siguen persiguiendo ese imposible que es la perfección. La rozaron por momentos. De eso se trata, de aspirar a ella y caminar hacia ese horizonte inaprensible —para eso sirve precisamente el horizonte—, reconociendo que en la senda recorrida pueden darse momentos de epifanía que valgan como un todo.

El cuarteto, ya con su propia cosmogonía bien delimitada, puso el cierre a los casi cien minutos de improvisaciones con un “gracias por la inspiración” en boca de Lovano. Nueve piezas, con algún tema inédito como el “Glimmer of Hope” firmado por Wasilewski, la extemporánea “The Dawn of Time”, “Evolution”, “L’Amour fou” firmado por el pianista y, como bis, una lectura redundante de espiritualidad del “Spiritual” de John Coltrane, faro y espejo de Joe Lovano desde sus años mozos.

En la madrugada del domingo ya se supo que el trío fusión de los LAB había ganado el concurso europeo de grupos, y así se lo hicieron saber a los acólitos que recalaron en The Pipers Irish Pub para las jams, a la espera de la confirmación oficial en el concierto que talonearían al Dave Douglas Quartet. La banda, con miembros provenientes de Francia, Alemania y Hungría interpretaron composiciones propias con gran soltura y comprenetración. Llenaron el escenario de groove y estructuras progresivas bien trazadas y mejor ensambladas. El público llegó al intermedio tarareando alguna de las piezas. Ya se olfateaba en el ambiente que no había sido un grupo más. Tampoco lo fue la presencia en el emplazamiento de la Plaza de Algorta de la pianista navarra Kontxi Lorente, líder de un trío integrado también por el contrabajista Ales Cesarini y el baterista Miguel Asensio, que recalaban en la sección “Tercer Milenio”  para presentar su quinto trabajo, de tintes autobiográficos (¿y qué no lo es?), Más de mí.

Julio 07, 2025

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo III

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo III

48º FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE GETXO III

06

Julio, 2025

4 julio 2025, Muxikebarri

Texto: Enrique Turpin

Fotos: Pedro Urresti

 

CÉSAR VIDAL & ARTIKULATION BAND / CÉCILE McLORIN SALVANT

Lo de la serendipia coge siempre por sorpresa. Ya sabemos que es la propia condición de su existencia, pero a veces asombra más de lo esperado. La frase viene a cuento a propósito de la publicidad con la que se abre la actuación grande del Festival de Getxo, en un afán agradecidísimo por mostrar las bonanzas de una tierra que se defiende por sí misma desde hace milenios, aunque no viene mal darle un empujón divulgativo para potenciar las distintas facetas del territorio vasco. El minidocumental acaba con el lema ‘Zure erara”, que viene a significar algo así como ‘a tu manera’. En efecto, parece que la siempre sorprendente Cécile McLoren Salvant (Miami, 1989) ha tomado al pie de la letra la propuesta del gabinete turístico del Gobierno vasco para reivindicar sus propias armas con lema interpuesto. Qué decir de la gran Célice, si toda ella es puro ir a su manera, ya desde sus inicios. Desde aquel Woman Child (2013) hasta el último Mélusine (2023), lo suyo ha sido un adocenar prestigio y laureles por donde pisa. Con su For One To Love (2015) ya dejó claro que la cosa iba en serio. Ha pasado una década desde entonces, y las propuesta de Cécile sigue intacta, si acaso afinada y potenciada en seguridades. Que Cécile puede hacer lo que le venga en gana ya es lugar común. Pero que lo siga haciendo con la entereza y el riesgo amplificados empieza a marcar un antes y un después en su trayectoria. La inflexión aquí está en que ya no se pliega a concesiones vanas. Eso en mi casa es hacer lo que a uno le rote, obviando concesiones. Sin más. Por el camino dejó caer The Window (2018), lo que la condujo a un camino de no retorno en asuntos creativos.

En esta ocasión, la Cécile venía acompañada de un trío con el que se muestra suelta, natural y abierta a cuanto pueda surgir a lo largo del concierto, el penúltimo de su gira europea. Como si un avanzado descanso del guerrero se tratara, el grupo mostró que lo de la improvisación llega hasta lugares insospechados, ni setlist de canciones traía consigo. Qué importa eso cuando el talento sale por las orejas. En efecto, poco importó. Si acaso, algo de lastre pudo apreciarse en la continuidad y flujo del concierto, con demasiados puntos muertos tratando de pactar hacia dónde deseaban hacer avanzar la velada. Suerte que la cantante y su mano derecha, el pianista y compañero artístico Sullivan Fortner, se ajustan a la perfección y encuentran los lugares idóneos para hacer progresar el paseo jazzístico de la cantante de Miami. No en balde, McLorin Salvant se hizo con el concurso Thelonious Monk en 2010, con tres premios Grammy consecutivos al Mejor Álbum Vocal de Jazz y con numerosos galardones como la Beca MacArthur y el Premio al Artista Doris Duke. De madre francesa y padre haitiano, la trayectoria musical de Salvant comenzó a temprana edad, con clases de piano clásico a los cinco años y, posteriormente, con clases de canto clásico y estudios de jazz en Francia. Todo ello son muestras pertinentes de que la suerte de Cécile se entronca en un persistir en el empeño de hacerse cada día mejor, más cerca de las grandes, con Sarah Vaughan como la más cercana en rango y riesgo.

Lo que se decía de la Vaughan vale también para McLorin. Posee un instrumento versátil hasta extremos insospechados y está facultada para asumir aventuras de toda índole, pero a menudo el exceso de técnica juega en su contra, hasta el punto de hacerle perder cierto calor que ya trae consigo disuelto en su genética. A Getxo llegó dispuesta a congraciarse con el público, pero costó más de lo esperado conseguir la conexión que adelantaba saberse con todas las butacas del auditorio vendidas. Abrió fuego con “What is Love”, y ya pudo comprobarse que iba a costar más de lo imaginado alcanzar temperatura. La superdotación tiene a menudo esos peligros, un cierto grado de ensimismamiento en los progresos vocales que contrastaban con los recursos del pianista para tratar de seguir los pasos insospechados que iba marcando la cantante. “The Boy Next Door” siguió por los mismos derroteros (no hizo olvidar la versión de Bill Evans en Explorations ni la de la Vaughn en Sassy, pero abrió un camino interesante), con esa versión que encontraba nuevos territorios para lo que contaba Judy Garland en Meet Me In St. Louis (1944). Tres cuartos de lo mismo ocurrió con la reinterpretación de “Stars”, una sentida balada que el enorme y siempre discreto Fred Hersch puso en pie junto a la voz de Norma Winstone para el elegante Songs & Lullabies (2003). Aquí Cécile no dudó en reivindicar la figura del pianista, y habló maravillas del artista de Cincinnati y maestro de otros que se han hecho grandes a su vera. Por si no había quedado claro todavía, con esta composición tratada a modo de nana, la voz de la cantante se agigantó y no hubo duda de las capacidades del instrumento que maneja para expresar el mundo y sus interioridades.

Todavía estaba el público buscando una suerte de swing, algo a lo que aferrarse o, simplemente, un ritmo con el que dejar ir los pies, pero entre los despistes de Sullivan con el teclado eléctrico y las lecturas de algo parecido al “Just Around the Riverbend” de Pocahontas, la cosa pintaba peliaguda. Pero sucedió no inesperado: Sonaron los primeros compases del “Puro teatro” de La Lupe y todo cobró sentido. El contrabajo de Yasushi Nakamura, que hasta entonces andaba algo descompuesto, alzó el vuelo ofreció su mejor versión, cabalgando a gusto, lo mismo que la batería de Kyle Poole, asumiendo el dramatismo de la pieza con decisión y talento. Ahí todo cambió, y el concierto ya fue un camino de rosas tanto para artistas como para público, hermanados en los progresos, improvisaciones –menos en el repertorio en español, desde luego- y dramaturgia de la cantante de Florida. Con “I Lost My Darling” continuó la magia y el romance, que alcanzó nuevas cotas de conexión y entrega al encarar el “Te vi” de Fito Páez via Caetano Veloso. La apoteosis llegó con las “Burbujas de Amor” de Juan Luis Guerra, una bachata con la que Cécile recordó las dotes del español para conjugar a partes iguales poesía y lascivia. El arreglo sí mereció todos los vítores.

Con el swing ya aparecido en “Ridin’ High”, la penúltima de las piezas, la entrega y la comunión eran ya absolutas. Pero todavía quedaba una sorpresa final: la revisión en clave bolero-son de “Gracias a la vida” de Violeta Parra. Las más de setecientas butacas puestas en pie para recordar el motivo por el que se acerca uno a las salas de conciertos, que no es otro que dejarse sorprender por las maravillas del mundo. Qué más da si Cécile y los suyos van a su aire, cuando el resultado hincha los corazones y consigue hacerlos latir al unísono. Pues eso, sure erara siempre.

Ni el saxofonista César Vidal, que abrió la noche en el pase de concurso, al frente de la Artikulation Band, ese quinteto multinacional que reúne a instrumentistas de Italia, Chile y España, con los que establece un nutritivo diálogo entre lo acústico y lo digital, habría imaginado un cierre de la velada tan apoteósico.

Julio 06, 2025

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo II

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo II

48º FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE GETXO II

05

Julio, 2025

3 julio 2025, Muxikebarri

Texto: Enrique Turpin

Fotos: Pedro Urresti

 

IMB SPECIAL 4tet / PAQUITO D’RIVERA QUINTETO

Lo malo de los volcanes es que te pille cerca su onda expansiva. Lo bueno, que uno conoce muy de cerca el poder inconmensurable de la naturaleza. Como hablar de volcanes y de Paquito d’Rivera es la misma cosa, apliquen el cuento a tenerlo próximo cuando te toca actuar antes que él; lo mismo que les pasó a unos barbilampiños Rolling Stones, que dijeron aquello de nunca más cuando antes que ellos, dejó caer su show James Brown. El azar tiene esas cosas

Hechas las presentaciones, habrá que convenir que el papelón que debían defender los IMB Special 4tet no era fácil, pero cubrieron las expectativas, y eso ya es mucho para una formación que no lleva ni un año de recorrido compartido. Lo tenían difícil para alzar el vuelo, por más que fueran ellos quienes abrían fuego en las segunda jornada del Festival. Tras los nervios iniciales, se vieron buenas dotes que habrán de ir a más conforme avance la trayectoria del grupo, pero ya puede adelantarse que supieron esquivar la ortodoxia con solvencia. David Guerreiro es un contrabajista que tiene toque y Éber González demostró que es un baterista que mantiene firme el pulso del grupo. Algo más deslucida fue la intervención del trombonista José Diego Sarabia, pero estuvo bien arropado por la profesionalidad del líder y saxo tenor y soprano Iván Muñoz, que llevaba la voz cantante del cuarteto y se encargaba de los arreglos, como el “Nardis” de Miles Davis, que aquí trasladaron reinventándola a un connotativo “Nardo” (en castellano hay que vigilar con las polisemias, tan dados como somos a la escatología y a la picaresca). Todo bien, en especial el soprano de Iván Muñoz. Las llamadas y respuestas se fueron sucediendo, un tanto rígidas y previsibles, hasta que llegó con pulso firme el homenaje a sus mentores en la sombra, el apadrinamiento distanciado de Dave Holland Prime Directive. Y sí, lejos quedan de los Robin Eubanks, Chris Potter o Billy Kilson, pero las ansias también ayudan a definir facultades siempre que la voluntad no decaiga. Si esos han de ser sus luminarias, amén a ello. Y que los dioses repartan suerte. Cerraron la actuación con un “Hurry Up!” que logró poner un buen colofón a la actuación, al confirmar que el IMB Special 4tet sabe ir de menos a más. Pasar por Nueva Orleans, recalar en los barrios criollizados latentes de funk, siempre viene bien. Ánimo.

Qué tendrán los volcanes, nos seguimos preguntando, que atraen con la misma fuerza con la que suele huirse de ellos. El clarinetista y saxofonista Paquito D’Rivera (La Habana, 1948) es de los más activos, ya desde su tierna infancia. Así lo recordó al respetable cuando explicó la anécdota en la que habló del disco con el que se presentó su padre en casa en sus años mozos, una actuación inédita de Benny Goodman en el Carnegie Hall (‘carne y frijol’ entendió la pobre criatura). Y sí, Paquito es todo magma, todo erupción, todo alegría –eso de la alegría y el humor todavía tiene mala fama en el mundo del arte, y si no que se lo pregunten al abad Jorge de Burgos, aquel oscuro detractor del Segundo Libro perdido de la Poética de Aristóteles que discutía sobre el asunto con el antiguo inquisidor Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa. La comedia es lo más cercano a lo humano, y al mismo tiempo lo más sospechoso. Algo parecido sucede con las artes que las adoptan como materia de cambio y como premisa para el goce. A Paquito y los suyos eso les trae al pairo. La cosa va de aquello que decía Duke Ellington al referirse a la música, que sólo hay dos, la buena y la otra. De eso iba la cosa. Y que ría quien sepa y pueda.

El quinteto que ha fraguado bajo la premisa de lo bueno lo mejor, esa conexión Madrid-New York, ha dado como fruto la grabación de La Fleur de Cayenne (Sunnyside, 2025), el disco que traía bajo el brazo y que acaba de empezar a rodar para alegría de sus seguidores, los mismos que ayer hicieron colgar el de cartel de ‘Sold Out’ en el Muxikebarri. No caen todos los días 18 premios Grammy, que son los que lleva el de Marianao a sus espaldas, ni se convierte uno en leyenda de la nada con el reconocimiento de su talento en el jazz latino, así como por sus logros como compositor clásico. Quien fuera miembro fundador de la Orquesta Cubana de Música Contemporánea, asimismo fundador y codirector del renombrado e innovador grupo musical Irakere, donde también profesaba su genial amigo Arturo Sandoval y otros tantos genios de la improvisación caribeña, ese niño prodigio, decimos, hace natural lo extraordinario. Hay que echarle horas para que eso ocurra. Horas y disposición genética, que todo ayuda cuando los hados tienen ganas de jugar a convertir a alguien en eterno.

“Miriam”, con ecos familiares de Bebo Valdés y Camilo Cortina, es buena prueba de lo aquí expuesto. El bolero se hace danzón, pasa por el Hudson y regresa al Caribe convertido en una maravilla plena de sentimiento y dulzor. Con el saxo alto, Paquito se propuso hacer diabluras y a fe que lo consiguió. Le tocó luego el turno a “Nocturno en la Celda”, el homenaje con el que Pepe Rivero –el primero de los reclutados para este nuevo proyecto musical, tal y como el maestro Gillespie le enseñó al cubano universal en la United Nation Orchestra– trajo al Golfo de México las partituras de Chopin, siempre con swing, como reclamaba el no menos grande Cachaíto. Ahí se dejaron ver, además del pianista de Manzanillo, el trabajo enorme del vibrafonista colombiano Sebastián Laverde, estiloso y facultado como pocos para traer a nosotros las cadencias del joropo de su tierra, una música folklórica y festiva en la que el baile y la música se dan la mano para hacer benevolentes a los dioses con los mortales. D’Rivera, ya con el clarinete, no permitió que decayera la fiesta, y todo se conjuró para que con “El bajonauta” hiciera su aparición estelar Reinier ‘El Negrón’ Elizarde. Ya lo dijo Paquito, que la composición no iba a favor sino en contra de los bajistas, haciendo honor literal a eso de ‘contrabajo’, ‘contra el bajo’ y ‘con trabajo’, muchos juegos de palabras para alguien dado a ellas (recuerden sus memorias Mi vida saxual). En medio de la improvisación apareció un “Land of 1000 dances” que acabó en forma de blues, para señalar que todo viene de un mismo lugar, es decir del Golfo de México, más exactamente de Nueva Orleans. “¿No era también de allí Mozart?”, se preguntaba Paquito. Con el ataque al Segundo Movimiento del Concierto para clarinete y orquesta del genial Amadeus quedó claro que no podía ser de otro lugar.

En manos de este quinteto conectadísimo todo sale fácil. Así pasan de una “Milonga Gris” a un bolero-bossanova que Paquito compuso en la noche toledana en la que su amigo y mentor Dizzy Gillespie –el Dizzy- falleció el Día de Reyes de 1993. Menudo regalo le cayó post-mortem (aunque sigue más vivo que nunca, todo habrá que decirlo), complejo en lo musical, sentido en lo emocional, enciclopédico en lo cerebral, con homenajes en forma de citas a “Night in Tunisia” o “Tin Tin Deo”, esta vez con el líder al saxo. “Toca bonito”, así con acento brasileño, parecía oírse decir al Dizzy desde las alturas. Mientras, el volcán seguía en erupción, sólo interrumpida por las graciosas intervenciones memorialísticas de Paquito.

El grupo funciona bien engrasado. Prueba de ello fue el arreglo sobre un vals venezolano, que fue arreglado con el pensamiento de que fueran otros músicos superdotados quienes lo anzaran. Con humildad sin retórica, Paquito dejó en manos de Sebastián Laverde las labores de liderazgo, lo mismo que luego iba a hacer cuando tomara las riendas Pepe Rivero de la preciosa lectura de la “Suite Andalucía” de Ernesto Lecuona, el compositor de la universal “Siboney”, entre tantas otras. Ya puestos en materia, casi al cierre del concierto dejaron caer una sentida “Ansiedad” que apaciguaba las fiereza de lo que se había dado hasta , que insufló más vida si cabe a la cabalgada grupal. Ahí sobresalió el destacadísimo baterista Georvis Pico Milian Pero como con los volcanes uno nunca sabe, pusieron el colofón con un bis donde la guaracha y el sabor de Cuba se mezcló con todas las músicas que hacen de esta conexión madrileño-neoyorquina algo ya de obligada escucha. Como para recordarnos que las notas han de acompañarse de movimientos acompasados, el salseo final puso a Paquito a bailar. No eran espasmos por el propio bullir del grupo, eran verdaderos pasos de baile. Tras lo vivido, bien puede afirmarse que sí, que los volcanes, por mucha fiereza que contengan, también son benefactores. Es así como uno alcanza las sábanas feliz, a la espera de más milagros naturales éste. Algo así como una suerte de ceniza en los zapatos dejó cuenta de que todo lo vivido no fue un sueño. Ya sólo queda agradecer y esperar otra epifanía maravillosa.

Julio 05, 2025

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo I

48º Festival Internacional de Jazz de Getxo I

48º FESTIVAL INTERNACIONAL DE JAZZ DE GETXO I

04

Julio, 2025

2 julio 2025, Muxikebarri

Texto: Enrique Turpin

Fotos: Pedro Urresti

 

Como manda la tradición, la primera cita estival del jazz en Euskadi se abre nuevamente en Getxo, que con la actual ya está cerca del medio centenar de ediciones. Le seguirán Vitoria y Donostia, pero el encuentro vizcaíno persigue y auspicia como pocos el apoyo a las nuevas generaciones de jazzmen (uf, difícil encontrar otra palabra que atesore lo genérico) con la continuación del concurso europeo de nuevas bandas, y eso hace ya mucho tiempo que es marca distintiva del Festival.

En esta ocasión, los primeros en abrir fuego son los componentes de Eneko Diéguez Quartet, una joven formación surgida en 2021 en el entorno del Musikene el Centro Superior de Música del País Vasco, que viene dando grandes alegrías al aficionado al haberse convertido en un punto de encuentro activo para los amantes de la música. El cuarteto de Eneko Diéguez no es una excepción y, actualizando las labores de liderazgo de una banda en este nuevo signo de los tiempos tan atento a sensibilidades diversas y múltiples —incluso en la realidad de una misma persona. De ahí que el mando sea flexible, discreto al tiempo que firme. La voz de Eneko Diéguez, limpia y personalísima, muy cercana a una contemporaneidad que busca su espacio casi al día, pero que tiene clara la determinación de calar hondo, se hace sustancial y apunta alto. Claro que en sus fraseos se dejan oír las enseñanzas de Jimmy Giuffre, Lee Konitz o Joshua Redman, pero sobresale la inspiración que le llega de un artista de nuevo cuño como Immanuel Wilkins. Como el norteamericano, el toque de Eneko se muestra enormemente identificativo, reconocible, especial, o superior, que es lo que dicen en mi pueblo cuando algo pasa la criba de la normalidad y alcanza el grado de excelencia. Lo que vale para el morcón, el lomo embuchado y las ostras encebichadas también ha de valer para el jazz que aspira a protegernos en nuestro socorro cotidiano. El cuarteto viene desarrollando una intensa actividad en la escena vasca, de cuyo entorno inmediato se nutre para construir composiciones de raigambre folklórica, sin olvidar la música clásica del pasado siglo ni renunciar a vertebrarla con aportaciones del mundo del hip-hop, hoy ya una fuente insoslayable para esta música fagocitadora y centrípeta que sigue siendo el jazz desde sus inicios. A veces desde lo más ambiental, otras desde una fiereza contenida que viene del bebop y aterriza en el post-free, Eneko y los suyos hacen grande su propuesta y con ella, amplían nuevamente las fronteras de un género que alcanza sus mejores logros cuando deja que las tradiciones bien asumidas dialoguen entre ellas. No parece que habrán de seguir mucho tiempo juntos, pues Eneko parte a la Juilliard neoyorquina en breve. De momento, junto a Raúl Pérez (piano), Nicolás Alvear (bajo eléctrico) y Eneko Arbea (batería) ya han sentado las bases de un proyecto interesante, no es poca cosa. Ahora parece que se viene algo grande. Al tiempo.

La apuesta segura con la que el Festival abre sus puertas grandes no es otra que la legendaria Rhoda Scott, en esta ocasión al frente del Lady Quartet, formación que lleva ya más de cuatro lustros de recorrido a sus espaldas. La gran dama del Hammond Organ, Legión de Honor en el país que lleva acogiendo a la norteamericana (New Yersey, 1938), ha reinventado sus días con su Lady Quartet, haciendo de la reivindicación vital una forma vida, a la altura de su técnica improvisadora o su estilo desnudo a la hora de abordar los pedales del instrumento, descalza desde que su padre, pastor metodista itinerante, la permitiera ponerse al frente del teclado. Desde entonces, viene ofreciendo una suerte de jazz-soul influenciado por múltiples fuentes, todas ellas de vitalidad contrastada y ricas en nutrientes festivos. Sí, la otra Scott (Shirley) fue más osada, pero a estímulos pocos ganaban a la entonces jovencísima Dorothy (Rhoda), quien a sus siete años ya andaba zambullida en las sonoridades mágicas del órgano, para regocijo de fieles y orgullo parental, algo que no ha cesado hasta hoy. Prueba de ello fue el espectáculo ofrecido en el Muxikebarri, que estrenaba iluminación escénica para la ocasión (o al menos, renovada desde la última edición). Rhoda Scott hizo aquello que ya había hecho en Francia allá por los años sesenta y que César fijó como lema: llegó, vio, venció. Ella, además convenció. No hubo de hacer demasiados esfuerzos, pues el respetable andaba con ganas de diversión y los precios populares —gran acierto— ayudaron a satisfacer el alma de muchos entusiastas del jazz boogalizado, ese pariente díscolo del hardbop que le dio por trasladar la vibración musical eclesiástica a los escenarios, para disgusto de los más ortodoxos y alegría de quienes saben que un buen golpe de cadera puede hacerte ganar los cielos. De ahí que cerraran con el clásico de clásicos “What I’d Say” que fue reimaginado al mando y órdenes de Julie Saury, otra gran dama de la batería, el toque rítmico que aporta el gesto de contemporaneidad al grupo de féminas que lidera Rhoda Scott y que cerraba el elocuente y reivindicativo álbum We Free Queens (2017). De ese mismo trabajo extrajeron la funkificada “I Wanna Move” para recordarnos que los vientos no sólo beben de Stan Getz o Stanley Turrentine, también de King Curtis, Houston Pearson y Maceo Parker. La rigidez gestual de las saxofonistas de la formación —hablar de grisura ya sería caer en la ofensa— no se traslada, por suerte, a la música que arrancan de sus instrumentos. Sophie Alour se lleva los galones compositivos, dado que, el grueso de los temas provienen del último de los trabajos firmados por el cuarteto, Ladies and Gentlemen (2024), del que también dejaron rastros con el reverencial “MD Blues”, “Tricky Lady”, “Tyty” o “Dreamers”. También aporta lo suyo Lisa Cat-Berro, que hizo logró llevar su saxo alto a cotas de sedosidad muy cálidas y fantasiosas. Para romper la rigidez reinante ya se pintaba sola la gran Rhoda Scott, que con un manejo variadísimo de estrategias sónicas, hizo viajar al público a aquellos años en los que el sonido de un amplificador Leslie parecía una osadía herética allende las paredes de la iglesia. Pero como lo sagrado no entiende de circunscripciones, también encuentra eco en las salas de concierto, los antros portuarios o las ceremonias laicas en las que la alegría por existir se haga un hueco entre las advertencias que hacen del miedo al infierno un arma de control masivo. Lejos queda ya aquel Hey! Hey! Hey! con el que triunfara allá por 1962. Un triunfo compartido a este lado del Atlántico junto a Lou Bennet, apátridas que habían decidido trasladar las bonanzas de su instrumento a la rivera europea, haciendo de puente para que Jimmy Smith, Lonnie Smith o Brother Jack McDuff siguieran ayudando en la causa en un trasvase de influencias que dura hasta hoy. Rhoda Scott forma parte de esa nómina de pioneros. Sabe que la lucha nunca cesa. Su Lady Quartet así lo asume. Si hay que pelear, que sea con alegría. Si hay que guerrear, que sea con fiereza, y que el mundo nos pille bailando. Con Rhoda Scott eso está garantizado. Nunca falla.

Julio 04, 2025

Causa I Efeito Festival, Lisboa 2025 – O Novo Jazz na Nova

Causa I Efeito Festival, Lisboa 2025 – O Novo Jazz na Nova

Causa I Efeito Festival,

Lisboa 2025

O Novo Jazz na Nova

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MAYO, 2025

La tercera edición del festival Causa/Efeito en Lisboa tuvo lugar en el mes de mayo en el Auditorio de la Rectoría de la Universidade NOVA. Bajo la dirección artística de Pedro Costa, se apuesta por una programación exigente y cuidadosamente articulada, centrada en la música improvisada, la vanguardia y lo experimental. Una programación de alta calidad de principio a fin, con encuentros que priorizan la creación y la interacción en tiempo real como guía creativa.

Después del ensayo abierto y primer encuentro del pianista portugués Rodrigo Pinheiro y el saxofonista italiano Pasquale Caló, asistimos al concierto, situado en una ubicación sorprendente, que es el garaje subterráneo de la rectoría de la Universidad Nova de Lisboa, un espacio que no puede ser más alternativo. Cargado de una resonancia urbana que potencia el enfoque crudo de la propuesta del trío. El grupo, con sede en Oslo, ésta integrado por Amalie Dahl, miembro de la prestigiosa Orquesta de Trondheim, junto a Sandstad Dalen y Jomar Jeppsson Søvik. Una formación de saxofón, contrabajo y batería, que bebe del free jazz, de la improvisación libre contemporánea y la vanguardia.

Presentan un set centrado en el álbum Live in Europe (Nice Thing Records), grabado en directo en Praga y Bruselas. Con un enfoque minimalista, centrado en el detalle, el grupo elabora pequeñas estructuras sonoras, frases inacabadas cargadas de tensión contenida y control rítmico extremo. Los indicios melódicos se fragmentan, se interrumpen, dando paso a giros inesperados y momentos tensos que se despliegan lentamente para lanzarse hacia un desenlace frenético y catártico.

Futuro Ancestrale es un proyecto electroacústico muy interesante que cruza la música contemporánea de vanguardia, la improvisación libre y tradiciones sonoras no occidentales. Su lenguaje se basa en motivos melódicos simples que evolucionan hacia estructuras complejas, mediante largos desarrollos de tensión creciente y estallidos de energía en forma de trance hipnótico. La electrónica en vivo, a cargo de Yannis Kyriakides, amplifica y transforma el sonido acústico. El grupo se completa con Giuseppe Doronzo (saxofón barítono y gaita neyanbán), y Frank Rosaly (batería y percusión). Acaban de grabar un nuevo álbum como cuarteto junto al guitarrista británico Andy Moor.

 

El segundo día arranca con el proyecto solista, abstracto y minimalista de la noruega Inga Stenøien. Sola con su guitarra clásica sin amplificación, la compositora construye un set de libre improvisación, intenso y expresivo. Las cuerdas son golpeadas y estiradas con fuerza, generando una resonancia que convierte el sonido en un territorio de descubrimiento constante. Su propuesta, contemporánea y experimental, prescinde de narrativas y anclajes.

Placer absoluto con el brillante quinteto Old Mountain, integrado por importantes músicos portugueses como el carismático contrabajista Hernâni Faustino, figura clave del free jazz y de la música improvisada, João Sousa en la batería y Pedro Branco al piano. Para el festival, el grupo presenta una formación inédita con dos contrabajos, sumando al renombrado contrabajista y compositor estadounidense Drew Gress, junto a la contundente, clara y expresiva saxofonista argentina Camila Nebbia. Una propuesta de jazz contemporáneo en estado puro, con interesante improvisación de vanguardia, pinceladas de swing, profundas texturas sonoras e interacciones fluidas.

En cooperación con el Instituto Italiano tiene lugar la mesa redonda: Jazz en Italia, con João Esteves da Silva, Giancarlo Di Napoli y Pasquale Caló. Para continuar con el dúo entre dos improvisadores que, sin haberse encontrado antes, van generando narrativas profundas, intensas, fuertes y emotivas, con una puesta en escena auténtica y espontánea. Pasquale Caló, saxo tenor, compositor de Barletta (Italia) tiene una importante trayectoria internacional en la música improvisada. Es fundador del colectivo Mediterráneo Radicale y director de diversas orquestas de improvisación. Junto al pianista portugués Rodrigo Pinheiro con una carrera marcada por sus contribuciones en el campo de la improvisación libre. Pinheiro, más contenido, generó contrastes llenos de tensión y sensibilidad. Todo fue música improvisada con toda la intimidad, interacción y conexión que tiene el formato a dúo.

El guitarrista, improvisador y compositor italiano Paolo Angeli presenta un concierto solista con su guitarra sarda preparada, un instrumento único de 25 cuerdas. Una creación híbrida entre guitarra barítono, violonchelo y set de percusión, equipada con martillos mecánicos, pedales de control, hélices de afinación variable y sistemas electroacústicos que expanden el vocabulario instrumental tradicional. Paolo Angeli explora una música conectada con las raíces orales de Cerdeña, la improvisación contemporánea y la experimentación sonora a partir de influencias provenientes del folklore mediterráneo, árabe, flamenco, y zulú. Utilizando técnicas extendidas, incluida la utilización del arco y la manipulación electroacústica en tiempo real, en una investigación tímbrica constante.

Seguimos con el dúo del saxofonista portugués José Soares y el pianista británico Kit Downes, quienes se conocieron en Ámsterdam, ciudad donde ambos residen actualmente. Para este festival presentaron una performance completamente improvisada, concebida en vivo y en directo especialmente para este set. José Soares, figura central y prolífica de la escena portuguesa, ha sido reconocido con múltiples premios, incluido el de Artista del Año. Su diálogo con Kit Downes da lugar a una música minimalista, lírica, suave, emocional y sosegada, de una elegancia sutil, que no pierde por ello fuerza ni profundidad.

Para cerrar el festival, la actuación de SPROTCH, un cuarteto concebido especialmente para esta ocasión y formado por destacados nombres del panorama internacional del free jazz. La formación reúne a Yedo Gibson (saxofones tenor y soprano), Alfred Wammer (trombón), Michael Formanek (contrabajo) y Paal Nilssen-Love (batería). Su lenguaje se mueve entre lo abstracto y lo textural. La música es intensa, visceral, expresiva, marcada por contrastes tímbricos, y una interacción colectiva no jerárquica, donde la creación sucede de manera espontánea e intuitiva.

Mayo 27, 2025

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